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Los costos de la corrupción
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1. Si bien es cierto que la corrupción ligada al poder político se ha presentado en varios países de la región, también lo es que en ningún país se ha presentado de manera devastadora como en el nuestro. Con seguridad, durante los últimos gobiernos, miles de millones de dólares han ido a los bolsillos de presidentes, políticos, altos funcionarios, lobbistas, grandes empresarios y pillos de todos los calibres, en lugar de ser utilizados a favor del desarrollo de un país más igualitario y justo. Insisto, la corrupción que se ancló entre nosotros no solo llama a que la justicia se encargue de castigar ejemplarmente a los implicados en este latrocinio, sean quienes fuesen. Cuanto más alta la autoridad, más firme el castigo. Requerimos, además, desmontar toda la estructura político-legal que facilitó con una convenida legalidad que esto se produjera. No es solo un problema ético o de moral pública. Compromete a la dignidad nacional. Al final de cuentas, lo que está en juego es rescatar el sentido de la patria prostituido por quienes no vacilaron en pisotearlo por convenir a sus intereses y ambiciones de saqueadores de la riqueza que pertenecía a todos.
2. Sin embargo, existe un costo inmaterial que muchas veces pasa inadvertido. Nos referimos al surgimiento entre las mayorías de la postura a favor de aceptar sin mayor fuerza ni reclamo la corrupción cotidiana. “Si los grandes lo hacen, por qué nosotros no podemos” es una actitud corrosiva que ya se ha hecho sentido común. Y, particularmente, que ha dañado muy al fondo el sentido de la política, ahora ya claramente convertida en un verdadero negocio de inversión y ganancia. Así, el dinero facilita ganar elecciones por las buenas o las malas. No solo favorece las campañas de unos sino también es utilizado para impedir el triunfo de otros. Alejar el dinero de la política es condición para derrotar a la corrupción.
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