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Los dados del tiempo
“Naturalmente, la prensa no tiene por qué operar bajo la vocación de ser un elemento de construcción de la memoria histórica”.
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Hace cien años, una serie de eventos que marcarían para siempre el curso de nuestra especie y que se harían los recovecos de la historia del siglo XX estaban ya en marcha. Lo curioso es que con frecuencia dejamos de ver lo profundas que son las raíces de los hechos que hoy se convierten en primicias y en titulares en la prensa alrededor del mundo. Naturalmente, la prensa no tiene por qué operar bajo la vocación de ser un elemento de construcción de la memoria histórica –aunque inevitablemente termina siéndolo–.
Hace un siglo que ese hombre uraño y parco que había vivido junto con su esposa en una modesta pensión cerca de un cabaret llamado Voltaire en Zúrich estaba ya listo para derrocar al gobierno provisional que se había instaurado en Rusia luego de la revolución de febrero. Ese hombre, que sería llamado Lenin por sus camaradas, esperaría hasta estas fechas para echar andar lo que hoy conocemos como la “revolución de octubre”, que en realidad fue en noviembre, pero Rusia usaba el calendario juliano.
Mientras nacía en el Este de Europa la República de los Soviets, en el Oeste las trincheras quebraban todavía los fértiles valles franceses y el horror del gas, la metralla y los primeros estruendos de las orugas del tanque producían al día miles de viudas y huérfanos de esa guerra que se luchaba para acabar con todas las guerras y que no hizo más que engendrar la semilla de la peor guerra de la historia. La Gran Guerra acabó con cuatro imperios, entre ellos el Otomano y permitió el nacimiento del Oriente próximo.
La promesa quebrada británica de proteger ciertos intereses de estos países que empezaban a decirse a sí mismos “árabes” una vez que hubo terminado esta guerra que hace cien años se luchaba dio inicio a que el islam asuma un rol protagónico dentro de la conformación de una nueva identidad nacional y que la guerra santa que hoy tiñe de sangre al mundo con terrorismo empiece a gestarse también. El pueblo alemán empezaba a escuchar voces afiebradas que decían que su imperio se rendiría por la presión judía.
El Perú veía los últimos días de esa curiosa primavera de “democracia” que fue la república aristocrática, mientras unos jóvenes Haya y Mariátegui terminaban de cuajar las ideas que se debatirían el resto del siglo. El tiempo echaba hace cien años sus dados.
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