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¿De qué mueren los corruptos?
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Unos corruptos mueren de olvido. Otros de rabia. Otros linchados. Y uno que otro se suicida.
Pero deberían morir de vergüenza.
El espectáculo de Eliane Karp, insultando e indignándose contra quienes hacen justicia por los actos ilegales e inmorales de su marido, indica que es una sinvergüenza (en la acepción de “incapaz de ponerse roja y agachar la cabeza por haber hecho lo que han hecho”).
Karp siempre me pareció una inconsistente. Despotricaba contra los “pitucos miraflorinos” mientras gastaba el dinero público en Punta Sal como “pituca sanisidrina”. Defendía en su discurso los derechos de comunidades indígenas y campesinas que eran despojadas en los hechos de obras de infraestructura, hospitales y colegios que se hubieran podido construir con el dinero que su esposo se metió en el bolsillo para gastarlo en Johnnie Walker etiqueta azul.
Lo de Toledo no resiste la presunción de inocencia, reducida, en su caso, a una mera ficción legal que sostenemos solo para proteger su derecho de defensa. Hoy Toledo es solo inocente para la ley. Es culpable en todo otro campo que queramos imaginar: el humano, el moral y el real.
Ojalá le hubiera hecho caso a un presidente peruano que, con indignación, sentenció “basta de actos miserables. Mano firme contra la corrupción, alerta roja contra la impunidad”. ¿Qué presidente lo dijo? Adivinó. El propio Alejandro Toledo en el año 2002.
¿Por qué nos indigna más un corrupto que un ladrón? Si a usted le roban su celular o su cartera, se va a indignar y mucho. Los demás también se indignarán. Pero finalmente a los demás no se les ha quitado nada.
La corrupción, en cambio, es un robo colectivo. Es uno en el que todos somos víctimas. Si usted pagó sus impuestos, sentirá que le han robado dos veces: la primera, cuando la Sunat le quita la riqueza que ha producido con su esfuerzo y trabajo, con la excusa de permitir que el Estado produzca los bienes y servicios públicos que todos necesitan. Y la segunda, cuando se entera de que ese dinero que se tomó para producir bienestar para todos se usó para que alguien por ahí se compre ilegítimamente lo que usted se hubiera comprado legítimamente.
Si usted es el padre de un niño que no puede ser atendido en un hospital por que faltan médicos, camas o medicinas, sabrá que ello se debe, en parte, a que hay recursos que deberían estar allí y no están por que un corrupto se los llevó.
Si sufre el tráfico por mala infraestructura o la falta de carreteras, o la inseguridad por policías que no están allí o que están tan mal pagados que también son corruptos o ineficientes, sabe que ello se debe a que los corruptos no solo roban dinero, sino además los servicios que todos necesitan.
Lo más indignante de la corrupción no es cuánto se enriquece el corrupto sino cuánto empobrece a todos los demás. Lo que más duele no es la avaricia que la motiva sino la insensibilidad hacia lo que causa: más pobreza, más olvido, más indignidad. Más que un delito patrimonial, es un delito espiritual que nos resta humanidad.
Por eso debemos tratar a los corruptos para que mueran de lo que merecen morir. Deben ser tratados para que no puedan mirarnos de frente a los ojos y bajen la mirada que no pueden sostener. Por eso merecen morir de vergüenza.
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