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Democracia o corrupción
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A los propagandistas de la persecución política –o sea, a los defensores de Keiko Fujimori y Alan García– no les está funcionando la campaña. Los tiros contra Vizcarra, llamándolo dictador y comparándolo con Maduro, les han salido por la culata. La gente no se traga el cuento del golpe porque, sencillamente, tal cosa no existe ni por asomo. En su desesperación por el avance de las investigaciones del equipo de Rafael Vela, y con García metido en la residencia del embajador Barros, estos agoreros de parte han pretendido embarrar la imagen del Perú en el exterior. Con tal de defender a sus líderes, están quedando en un clamoroso ridículo internacional.
“El Perú es un país democrático, no me cabe la menor duda; es un país en que se reconoce de parte del Ejecutivo, Legislativo y Judicial una serie de reformas. Prueba de eso es que en pocos días hay un referéndum donde se plantea reformas”. Así lo ha dicho Diego Mellado, el embajador de la Unión Europea en el Perú. Nada menos. Querer socavar a las instituciones, con el único y torpe propósito de blindar a políticos investigados por corrupción, los está liquidando y esa factura se paga caro. Porque, por muy duro que suene, si el fujimorismo y el aprismo mantienen esta posición de negación y beligerancia, más se siguen alejando de todo aquello que se define como democrático.
El grueso de los empresarios, por fortuna, ya no cae en este juego. De hecho, la “campaña de destrucción contra el empresariado” denunciada por Roque Benavides en CADE –que la propaganda fujiaprista ha querido levantar en redes y plazas– terminó reducida a una voz solitaria. El 76% de ellos respalda a Vizcarra y un 89% ve al Congreso como la institución más negativa del país. Es la hora de defender la democracia; los que defienden la corrupción están contra ella.
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