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Dos calvos peleando por un peine
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La referencia no es tan precisa, pero hay una discusión estéril sobre la posibilidad de que los privados puedan traer vacunas para administrarlas a quienes las requieran. En esta discusión hay, además, dos esquemas: (a) que empresas compren vacunas para colocarlas gratuitamente a sus trabajadores (lo que es una inversión en seguridad conveniente para ellas); la otra (b), y donde la discusión se ha centrado, es la de permitir que laboratorios privados compren, cobren y pongan vacunas. Con ello se liberaría vacunas del Estado, que podría avanzar más rápido con una población objetivo menor y con mayor número de vacunas disponibles. Por ahora, sin embargo, la discusión es ociosa porque las vacunas aún no se venden a privados.
Gran parte del problema que da origen a esta discusión es que la salud, por mucho tiempo, se ha convertido en un servicio de lujo, cuya calidad dependerá de si se tiene o no recursos para pagar atenciones y medicamentos. Con la pandemia ha ocurrido algo curioso: por un lado se exacerbaron las diferencias, quienes pueden pagar oxígeno o viajar al exterior a conseguir vacunas lo harán; pero, por otro lado, está la escasez de camas UCI (o incluso de camas con oxígeno), la inexistencia de un tratamiento efectivo. Sin importar si se pueda o no pagar, los factores que determinan el desenlace de la enfermedad en un paciente pueden devenir en incontrolables.
Lo poco que aprendemos del COVID-19 cambia cada cierto tiempo. Hasta ahora, parece que lo único cierto que nos queda son el distanciamiento y la mascarilla bien puesta. Felizmente ambos, al alcance de la mayoría. Que aquí se trata menos de curar que de evitar el contagio.
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