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Duberlí debe irse
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La evidencia del nivel de corrupción que alcanza a nuestro sistema de justicia, tiene indignada y desconcertada a la ciudadanía.
La inmediata reacción del presidente Vizcarra ha ganado el aprecio de la mayoría de los peruanos. Sin embargo, desde el otro poder involucrado en esta crisis, desde el Poder Judicial, no se ha percibido una respuesta sólida ni coherente.
Su presidente, Duberlí Rodríguez, se mostró tímido en un inicio para terminar defendiéndose después.
Ayer, Rodríguez le dijo al diario El Comercio “si renuncio, admitiría mi responsabilidad”.
Y lo dijo como si no la tuviera. Como si el presidente de la Corte Suprema y el Poder Judicial no debiera responder cuando en sus narices, bajo su administración, un vocal supremo como César Hinostroza absolvía a cuanto violador iba a parar a su sala, alentando la impunidad frente a la violencia machista que tanto golpea a nuestra sociedad en estos días.
Y, además, desarrolla una sentencia con el objetivo de sentar precedente para obstaculizar los procesos de lavado de activos y desbalance patrimonial.
Cómo es que en un país como el Perú, que ocupa el segundo lugar en el ranking mundial de exportación de cocaína, al presidente de la Corte Suprema y el Poder Judicial no le llama la atención un magistrado que emite fallos que protegen fortunas vertiginosas e inexplicables.
Pero la responsabilidad de Duberlí Rodríguez no termina en su condición de despistado; la frivolidad con la que se ha comportado desde que asumió el encargo que su institución le entregó, es indigna de un magistrado de la Corte Suprema de la República.
Las imágenes en las que aparece departiendo con el cuestionado gerente de Iza Motors, la misma empresa que provee de millonarios servicios automovilísticos al Poder Judicial, son muy comprometedoras. Pero las que evidencian que asistió a la misma fiesta en la que se jaraneaba un imputado en un proceso por asesinato, no tienen disculpa.
“Me invitan a almuerzos y ahí me encuentro con distintas personas”, ha dicho en su defensa el magistrado que ocupa el más alto cargo en el Poder Judicial de nuestro país. Es evidente que Rodríguez no repara en el alto puesto que ocupa ni en los deberes que este le demanda.
Afirmar, sin atisbo de vergüenza, que las imágenes en las que aparece con Antonio Camayo, identificado en los audios de la corrupción judicial como “Toñito”; o en la misma fiesta en la que estaba el procesado Edwin Oviedo, denunciado por la Fiscalía por encabezar la banda de Los Wachiturros de Tumán, fueron captadas cuando él simplemente participaba del santo de Julio Meléndez, o del cumpleaños número 80 de la mamá del gerente de Iza Motors, suena y resulta cínico.
“Solo me quedé 20 minutos, tan poco que solo pude comerme una papa a la huancaína”, alega el alto magistrado con la veleidad de un imberbe. Con la misma ligereza con la que eligió a su asesor de maneras y léxico de prontuariado, Luis Díaz, al que ha tenido que despedir el último viernes porque se le escucha, en uno de los audios revelados, organizando almuerzos a los que asistirían tanto el presidente del Poder Judicial como perro, pericote y gato.
Duberlí Rodríguez debe renunciar. No puede soslayar la responsabilidad que lo asiste; no puede dejar de responder a los principios que rigen el comportamiento de un juez. El presidente de la Corte Suprema debe renunciar para devolverle dignidad al cargo que le encomendó el Poder Judicial.
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