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El valor de las pruebas diagnósticas en la infección por COVID
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Columnista invitado:
Eduardo Gotuzzo, infectólogo y profesor emérito de la UPCH
Hoy que tenemos una pandemia en curso, que los países no han podido aún detener, quisiera hacer una reflexión de uno de los tantos temas que nos involucran y afectan en nuestro comportamiento: las pruebas de diagnóstico. Pretendo hacer un resumen simple del uso de las pruebas para conocimiento general.
Es excepcional, en fase temprana de una nueva infección, tener el genoma del virus y pruebas que detecten un fragmento del virus y los anticuerpos que producimos cuando tenemos un microbio en nuestro organismo. La respuesta inmune normal hace que tengamos una producción de anticuerpos llamados inmunoglobulinas (Ig) y tempranamente aparece la de tipo M (Ig M) y a los pocos días aparece la de tipo G (Ig G), que es la duradera.
Por tanto, cuando usamos pruebas de sangre rápida o serológicas en la primera semana, nos dará un resultado positivo de solo 50% o menos, pues no podemos medir la escasa cantidad de anticuerpos; en la segunda semana de infección podemos tener más de 90% de positividad; y luego de 15 días debemos poder detectar más de 98% de infecciones. Por eso el valor de las pruebas serológicas para el manejo de un paciente en fase aguda no es tan útil y sirve más para definir quiénes sí tuvieron la enfermedad. Asimismo, según la calidad de pruebas, se produce un número moderado de falsos positivos (personas con un primer estudio positivo y un segundo estudio negativo) que definen una persona sin infección.
La otra prueba, llamada molecular con hisopo nasal y faríngeo, detecta el virus en fase temprana, desde el tercer día de contagio, y puede llegar a hacer diagnóstico en 80-85%, cuando está bien tomada; y en la evolución de la infección se reduce a valores cercanos a 50%. En la segunda semana puede persistir por semanas e, incluso, en algunos casos por meses. Esta prueba es muy útil para el control temprano y el aislamiento en la familia y el manejo de pacientes. No tiene casi nunca falsos positivos.
En suma, las pruebas definen la mayoría de casos infectados y existen pacientes infectados con pruebas negativas y allí debe primar el juicio médico para aislar rápido a un paciente y aún sin tener una prueba confirmatoria; no esperar para aislar el caso sospechoso de infección; es la evolución clínica la piedra angular de esta decisión. Sin embargo, como en otras pruebas moleculares (PCR) en diversas infecciones, no correlaciona la presencia del microbio activo en la evolución de la enfermedad, pues el virus activo dura en una persona asintomática solo 10 días (o 7 días después de la prueba positiva) y en sintomáticos dura dos semanas después de la prueba. Solo los hospitalizados extienden la presencia del virus hasta tres semanas después del diagnóstico.
En conclusión:
1. Las pruebas deben manejarse de manera inteligente, reconociendo estos datos, pues no hay prueba perfecta y se debe usar según la situación que se quiere evaluar. Son útiles de acuerdo con el uso adecuado de ellas.
2. Las pruebas sirven para establecer diagnóstico, pero no para definir pronóstico ni complicaciones ni para definir la cura.
3. El alta es clínica y no requiere pruebas adicionales. Para reincorporarse al trabajo, solo es necesaria el alta médica.
4. El manejo clínico y epidemiológico es fundamental para aislar y proteger de contagio mucho antes que cualquier prueba.
5. Las personas con o sin síntomas contagian. La presencia del virus dura no más de 10 días en asintomáticos y dos semanas en pacientes sintomáticos ambulatorios. En hospitalizados duran tres semanas desde la prueba positiva.
6. A la fecha, las personas que tienen diagnóstico bien definido de COVID-19 no vuelven a tener una recaída, pero sí pueden tener una complicación post-COVID sin tener el virus activo.
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