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Efectivamente: con mis hijos no te metas
Dejar el debate solo en la llamada ‘ideología de género’ olvida que lo importante es debatir sobre la estatización del derecho a decidir la educación de nuestros hijos.
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Hace unos años, en un artículo describí una conversación que sostuve en los 90. Una persona sostenía que la homosexualidad era una anormalidad. Literalmente dijo que era una enfermedad. Cuando intenté explicarle por qué estaba equivocada, soltó intempestivamente una pregunta: “¿Quisieras que uno de tus hijos fuera homosexual?”. “No…”, le dije mientras ella dibujaba una sonrisa socarrona de triunfo, y continué: “Tendría que soportar los prejuicios hirientes de personas intolerantes como tú. Sufriría mucho”.
Hay personas aparentemente menos intolerantes. Son los “peristas”, esos que dicen “yo no soy homofóbico… pero…” y después del “pero” vienen explicaciones como “no es natural”, “no tiene por qué darle el mal ejemplo a nuestros hijos”, “pueden violar a los niños”. Bajo un intento frustrado de ser políticamente correctos (y una demostración de estar realmente equivocados) sueltan frases igualmente hirientes.
Desde cucufatería que desprestigia sus propias creencias religiosas, el mero conservadurismo o el machismo intransigente, una parte del llamado colectivo #conmishijosnotemetas dispara dichos y hechos similares a los que describo.
Pero debo reconocer que, al menos, tienen un punto. La decisión de cómo educar a nuestros hijos es de los padres. El Estado la ha expropiado hace décadas arrogándose la facultad de sustituir el criterio del padre por el del burócrata. Si desea que su hija estudie en un colegio del Opus Dei o en uno del Sodalicio, en una escuela marxista o una liberal, o decide, como padre, asumir su educación directamente (homeschooling) en su casa, está en su derecho. Y en consecuencia las escuelas deberían tener el derecho de definir libremente sus contenidos.
Es un derecho de los padres acertar o equivocarse con sus hijos. Y no porque equivocarse sea bueno, sino porque es probable que los burócratas se equivoquen más y peor. Y cuando el burócrata se equivoca, crea monopolios de ideas que el colegio no puede discutir. Nunca he entendido a qué se refieren con “ideología de género”, pero sí he sido testigo de ideologías militaristas, religiosas, falsamente moralistas, pro gobierno de turno, socialistas o antimercado en programas educativos aprobados por el Estado.
En este debate hemos equivocado el foco. Más que la discusión sobre el respeto que debemos tener a la orientación sexual de las personas y la mal llamada “ideología de género” (que es sin duda un debate importante), la discusión debería focalizarse en el derecho de los padres de decidir cómo educar a sus hijos y la tiranía de su estatización. La defensa de la libertad de educación es la defensa de la atmósfera donde los cambios deben forjarse en una sociedad auténticamente abierta.
Creo en una educación que enseñe tolerancia y respeto a la diversidad. Y justo por ello creo que debemos tolerar y respetar el derecho de los padres a decidir, así no nos guste su decisión.
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