Tibiamente calienta el ambiente electoral para las próximas elecciones generales. Lamentablemente, la encuesta nacional de mayo 2024 realizada por el IEP da cuenta de que un abrumador 65% de la ciudadanía muestra poco o nulo interés por la política, pero no sería la primera vez que cuanto más nos acerquemos a ejercer nuestro derecho a elegir y a ser elegidos, en este caso en 2026, la agenda nacional no sea otra que la conformación de las planchas presidenciales y sus listas congresales, así como sus ofertas electorales. Aunque sepamos amargamente que, por lo general, el partido que se alza con la victoria no llega a cumplir sus ofrecimientos y a veces hasta termina ejecutando los ofrecimientos de los que perdieron las elecciones; lo que debiera sancionarse, ya que es una exigencia inscribir fórmula presidencial y plan de gobierno y estos debieran honrarse.
Así las cosas, el tiempo transcurre inexorablemente, y aunque aún resten meses para la publicación del decreto supremo que deberá expedir la presidenta de la República (artículo 82.° de la Ley 26859) para la convocatoria a elecciones generales, entre los 120 a 150 días naturales antes de su realización, ya son varios políticos, principalmente exjefes de Estado y congresistas los que buscan reelegirse y ya se les percibe en campaña.
Pero la cosa no pinta bien. El voto ciudadano se va a diluir entre 35 partidos hasta el momento habilitados para postular en 2026, a riesgo de llegar a los 40, y no se avizoran alianzas políticas según cercanía ideológica. Los egos están a flor de piel aún y todos parecen enfrascados a posicionarse como líderes de sus organizaciones para luego obtener una buena ubicación en una plancha presidencial de consenso o ser los primeros en las listas parlamentarias, eso sí, si no son objeto de inhabilitación para ejercer cargo público por el Congreso, lo que ya parece deporte nacional.
Ya va siendo hora de que los engreimientos se dejen de lado y se inicien coordinaciones a la interna entre partidos —ya que siempre saltarán diferencias, y flaco favor sería exhibirlas al aire—, hasta lograr afiatar alianzas o frentes democráticos libres de personajes oscuros o cuestionados que garanticen captar el voto mayoritario de los electores. Los que más se beneficiarán de ese voto difuminado serán los antisistemas, los radicales que, ya sabemos, se venden como los grandes mesías de los olvidados, y dolorosamente los hay en el país.
Tenemos 9.8 millones de peruanos postrados en la pobreza (29% de la población), según el INEI; el mensaje de reivindicar a los pobres prende rápido, y sería lo justo, si so pretexto de aquello no se violentase el orden democrático, como sucedió recientemente con el golpista Pedro Castillo. Queda de nosotros no repetir la historia.