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El coronavirus y la razón
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Dada la naturaleza de la pandemia del coronavirus, el comportamiento egoísta-oportunista resulta a la larga ineficaz. Ni acaparar papel higiénico o desinfectantes impedirá el contagio a nivel individual si hay una gran propagación colectiva. Típico “dilema del prisionero”: nos conviene colaborar para que la menor cantidad de gente se contagie, porque esa es la mejor manera de no contagiarnos nosotros (además de ser lo correcto, claro).
También conviene no estar generando alarmismo ni histeria colectiva, sino calmada concientización sobre las medidas preventivas pertinentes. Nuevamente, porque conviene individual y colectivamente pero también porque es lo consistente con la verdad. Para nuestra suerte, no estamos ante una enfermedad muy mortífera (a diferencia de anteriores pandemias), pero sí ante una inusualmente contagiosa (no sé si más o igual que aquellas). Eso –que no es muy letal pero sí muy contagiosa– no es una especulación ni una opinión, es un hecho objetivo constatado por la ciencia.
Siguiendo a la ciencia y a la razón, corresponde cuidarse, evitar el alarmismo, las situaciones de contagio (aglomeraciones y contactos innecesarios); y corresponde acatar responsablemente las medidas gubernamentales dispuestas. Es increíble –por necia– la reacción no solo de los acaparadores de supermercados, sino también la de los padres de familia de colegios privados que pretendían desobedecer o cuestionar la suspensión de clases bajo argumentos que lindaban con el “a nosotros no nos va a contagiar”. Cabría preguntarles por qué se creen inmunes… ¿por ricos, por blancos? Una vez más, el clasismo limeño como suprema expresión de estupidez.
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