“A los dos días que empezó la guerra, comenzaron a llegar a Paita los primeros camiones con muertos. (…) ¿Por qué los traen hasta aquí? (…) ¿Por qué no los dejan en Tumbes o los entierran en la frontera? No sé. (…) Yo creo que los traen vivos, pero se mueren en el camino. (…) Ya no parecían hombres los muertos en camionadas. Parecían cucarachas o pescados” (Los moribundos, Julio Ramón Ribeyro). Stalin lo resumió así: “Un muerto es una tragedia, un millón solo es estadística”. Se le atribuye la frase, aunque no la hubiese dicho, porque era insensible frente a las desgracias que causaban sus políticas en la Unión Soviética. Dicen que murieron más de treinta millones. También pasa con nosotros. La muerte nos estremece si se la ve de cerca, aunque fuese la de un extraño. Pero no se puede soportar tanto y, al cabo de poco, ¿tres, cuatro, diez, veinte muertos?, se supera, pasa a ser un número.
Fernando de Trazegnies empezaba el curso de Filosofía del Derecho con el caso de unos mineros atrapados por un derrumbe. Sabían con certeza que serían rescatados, pero antes se morirían de hambre. Con la crudeza que la situación exigía, se pusieron de acuerdo en echar suertes. Se mataría al que saliese sorteado para que sirviera de alimento a los demás. Como era previsible, el que salió sorteado se opuso. Igual lo mataron. Los demás fueron rescatados con vida.
La discusión se polarizaba. ¿Fue asesinato? Unos argumentaban que lo que hubo fue un contrato y que debía cumplirse; otros contestaban que no se podía celebrar contratos contra las normas de interés público, como el derecho a la vida. Trazegnies, en cambio, proponía evaluar el contexto. Los mineros no estaban en el mundo cotidiano, estaban aislados y su realidad era muy diferente, tanto que la muerte de uno significaba la vida de los otros, como había quedado demostrado. Preguntaba si un contexto diferente podía generar y justificar un derecho diferente.
El riesgo de estos tiempos es perder la sensibilidad frente a la muerte física, porque andamos llenos de muertos por pandemia, por protestas, por sicariato, por extorsión y por minería criminal; pero también frente a esas otras muertes a plazos que producen la desnutrición, la mala educación, el desempleo, el hambre, el desamparo y la marginación. Acontece que las víctimas, la gran mayoría de los peruanos, sufren esa insensibilidad como desprecio. Eso los agravia más y nos coloca en el lado malo, aunque pensemos que somos los buenos. Estamos permitiendo que suba la temperatura de nuestra sociedad a niveles de peligro extremo y que el Estado sea cada vez más inútil por negligencia, por corrupto y por criminal. Seguir siendo insensibles, mirar a otro lado o negar la realidad no sirve ni como mecanismo de defensa. Esa indiferencia es una irresponsabilidad mayúscula. Para la historia, seremos cómplices por permitir que se destruya lo que todavía somos y que aparezca un nuevo contexto que produzca un nuevo derecho.
La batalla por el derecho vigente se va perdiendo. La ley no se cumple desde hace mucho, tanto que se ve normal. Desde lo cotidiano, como no ceder el paso a las ambulancias, hasta lo estructural, como la corrupción, que hace negocios violando la ley; o la informalidad, que los hace al margen de la ley; o la economía criminal, que los hace combatiendo la ley. No debiera sorprender que esa conducta sea también la de las autoridades, porque hoy tenemos que quienes debieran garantizar el cumplimiento de la ley son los que más la vulneran. Ellas mismas también han perdido legitimidad, porque las leyes que dictan son un mamarracho o, tanto peor, sirven a los bajos instintos de unos pocos. En simple: despreciamos tanto las leyes como a las autoridades. Así no vamos a ningún sitio. En las elecciones de 2026 solo cambiaremos de autoridades, no vendrá el respeto que hace falta, salvo que recuperemos los viejos paradigmas sobre el imperio de la ley y la obediencia a la autoridad. Tenemos que ganar la batalla por el derecho tal como lo conocemos, para evitar que el desbarajuste que estamos viviendo se termine de instalar, porque entonces habrá un nuevo contexto, ese que en la lección de Trazegnies podría justificar un derecho diferente, que autorice lo que hoy debiera asustar y repugnar. Matar, por ejemplo.