Hoy se cumple un aniversario más de una fecha infausta: el golpe de Velasco en 1968. No entiendo como alguien puede ser tan necio como para disculpar o defender a una dictadura militar, que aparte de que derrocó a la democracia a solo unos cuantos meses de las elecciones de 1969 —donde Haya de la Torre iba a barrer— hundió al país por décadas en una crisis económica interminable al instaurar un modelo económico estatista (que recién se desmontó en 1992), lastrar el sector productivo con reformas absurdas y muy mal hechas (agraria, ley laboral, comunidades laborales, propiedad social), confiscaciones (agro y pesca) y dejarnos una deuda externa descomunal por subsidios indiscriminados, armamentismo e inútiles gastos faraónicos (como el oleoducto).
Sus defensores se parapetan en la Reforma Agraria como la excusa justiciera que justifica al Septenato, pero esta destruyó absurdamente al pujante agro costeño, minifundizó radicalmente al país, generó unas mafias terribles en el sector azucarero, postergó el boom agroexportador por décadas, incrementó la migración a Lima y provocó tal desbarajuste que hasta tuvimos que importar temporalmente papa de Holanda.
Otro aspecto que desnuda su fracaso es que hoy en día tenemos latifundios muchísimo más grandes que los existentes en esa época. Lo que había que hacer era obligar a la modernización y fragmentación del medieval agro andino a base de impuestos sobre la extensión y las tierras ociosas, como también la compra de esas tierras serranas para luego distribuirla entre parceleros, porque los modelos cooperativistas y comunitarios velasquistas fracasaron absolutamente.
Velasco sí que fue un dictador de verdad, con cierres de medios, deportaciones, encarcelamientos, confiscaciones y hasta retiros de la nacionalidad a peruanos (Ravines y Dornellas). Entiendo que rabonas viejas del dictador que son sobrevivientes de la época —como Pásara, Lauer, Gargurevich y alguno más— defiendan a esa catástrofe que nos atrasó 30 años.