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El hombre más bueno del mundo
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Columnista invitado:
Enrique Ghersi, abogado
Con Arturo Salazar Larraín termina tal vez la más brillante generación de periodistas que ha tenido el Perú: la beltranista, con Enrique Chirinos Soto, sus primos Sebastian y Augusto Salazar Bondy, Luis Rey de Castro, Alfonso Grados Bertorini, Juan Zegarra Russo, entre otros.
En los años 50, Pedro G. Beltrán, a quienes ellos llamaban cariñosamente “El Viejo Pedro”, los había reclutado a todos para traer el periodismo moderno al Perú en el diario La Prensa.
La política llevó a Beltrán a la Presidencia del Banco Central, a El Frontón y, algunos años después, al Ministerio de Economía y a la Presidencia del Consejo de Ministros.
En esas aventuras lo acompañaron Arturo Salazar y sus amigos. Llegada la dictadura de Velasco les tocó vivir persecución y exilio. Por su parte, Arturo Salazar continuó en la lucha y, a raíz de la confiscación de los medios en 1974, fundó con los beltranistas el semanario Opinión Libre que habría de costarle la deportación.
Fernando Belaunde devolvió los medios a sus legítimos propietarios. Beltrán había muerto hacía poco y por disposición suya el diario pasó a sus discípulos capitaneados por Arturo Salazar.
Salazar convocó entonces a un grupo de jóvenes, amigos todos de Federico, su hijo, para repetir la experiencia de Beltrán. Arturo Salazar se convirtió así en “El Padre Arturo” y Federico, Mario Ghibellini, Iván Alonso, Pablo Cateriano, Carlos Espá, Juan Carlos Tafur, Freddy Chirinos, Franco Giuffra, Jaime Bayly, Wilder Ruiz y yo, nos convertimos en sus hijos.
“El Padre Arturo” era una persona maravillosa. Le encantaba enseñar, pero de la forma más prudente posible: dejando que te equivocaras. Nos dio el bien más preciado: la libertad, y pudimos hacer lo que nos dio la gana en el diario. Libramos batallas míticas contra el socialismo.
Jorge Wiesse, entrañable amigo, viejo beltranista, dirigía la Página Editorial y nos bautizó, como “Los Genios”. Juan Zegarra Russo, otro beltranista de la guardia vieja, “Los Teólogos del Liberalismo”. Pero fue el apodo que Chirinos Soto nos puso el que hizo mayor fortuna: “Los Jóvenes Turcos”. Era misterioso y erudito, pues aludía al grupo de jóvenes que había ayudado a Ataturk a derribar el Imperio Turco en nombre de la libertad.
Arturo Salazar fue una persona maravillosa. Padre ejemplar, hombre de convicciones, sereno, maestro por vocación, gran liberal. Cálido. Paternal. Afectuoso, dispuesto siempre a escuchar y ayudar. Erudito. Músico. Un personaje de la Ilustración comprometido profundamente con su sociedad. Era el hombre más bueno del mundo. Jefferson dijo alguna vez que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”. Con Arturo Salazar Larraín hemos perdido a uno de sus vigilantes más gloriosos. Su ejemplo nos sirve de aliento indeclinable para no descansar hasta el fin.
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