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Entre el gesto y la eficacia
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Lo último que haría, por mi trabajo, sería subestimar la importancia de los simbolismos y los gestos. Pero tampoco es inteligente sobreestimarlos. Hay que entender todo en su contexto, y por ello hay que decir que los gestos que no potencian los demás factores relevantes –especialmente en una crisis como la actual– aportan poco o nada.
Para ir al grano, en medio de la pandemia no sirven medidas pura o principalmente simbólicas como el anunciado “impuesto a las grandes fortunas”. El Perú, para empezar, no es un país de grandes fortunas comparativamente hablando, ni siquiera en la región. Fortunas, las de Brasil, México, Argentina, Chile. Incluso, históricamente, las de Venezuela (algunas habrán sobrevivido al chavismo). Tras los desastres macroeconómicos de los 70 y 80, el Perú empezó a recapitalizarse recién hace 30 años. En serio, y aun que se indignen las redes sociales por esta verdad, no hay ahí realmente mucho que recaudar. Por tanto, este impuesto no será una medida redistributivamente muy eficaz. Los recursos redistribuibles ya están en el Estado y de hecho las grandes fortunas los tributaron vía el impuesto a la renta en estos años: por eso podemos dar ahora bonos a los pobres y préstamos blandos a las empresas.
Su importancia, entonces, más que verdaderamente fiscal, sería política, simbólica. Demostrar que “todos se mojan”, que los ricos deben ser solidarios etc. Pero más allá de que moralmente no hay tal cosa como una “solidaridad compulsiva”, diseñar y administrar bien el impuesto –¿qué es, técnicamente una “gran fortuna”?– es malgastar escasos recursos del Estado que deberían estar enfocados hoy en otras cosas; a saber, la salud y la reactivación económica. Este impuesto no contribuirá significtivamente a ninguna de las dos. Solo a poder decir cosas que cierta gente quiere oir. Vacío gesto.
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