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En defensa de la copia
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En medio de la furia por emprender e innovar, todo lo que suene a copia pone los pelos de punta. Antes que situaciones pecaminosas en el campo de las relaciones de pareja, el ampay a políticos suele ser ¡plagiaste!
Es cierto que en el campo de la creación artística y científica, así como comercial, la ley protege, con razón, la propiedad intelectual. Hacer pasar como propio lo que otros han producido con su esfuerzo está mal.
Pero quisiera, como provocación, hoy que inventores e innovadores son los nuevos héroes que mueven la economía y nos traen nuevos placeres y poderes, y que los copiones son los malos de la película, los villanos, los piratas que se llevan el almuerzo gratuito, recordar algunas cosas.
La mente humana tiene más de fotocopiadora que de supercomputadora. La especie humana es una ladrona de ideas y formas que mima todo lo que se puede usar de manera sistemática. En el fondo, copiar es distribuir ideas entre varios cerebros, diseminarlas de la manera más eficaz, acumularlas. Digamos que la cultura está basada en la capacidad de copiar.
La mayor parte de la innovación es producto de muchos plagios y algo de creatividad: conchas, cuentas, monedas, papel, derivados financieros, bitcoins. La copia conserva y garantiza un repositorio y la innovación mejora. Imitamos, sobre imitamos, porque en una especie social y chismosa funciona buena parte del tiempo.
No hacerlo puede ser mortal. Por no imitar a los Inuits, en muchas de sus técnicas, los escandinavos de Groenlandia terminaron desapareciendo. Al final, la estabilidad que confiere la transmisión precisa de la información, es lo que determina la eficacia de una cultura.
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