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La ley de las dinastías
El mundo se está llenando de caudillos providenciales que parecen tratar la realidad sin intermediarios.
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No tiene que ver con padres e hijos, a menos que no veamos esos términos metafóricamente. Un lingüista y científico de la computación de la universidad de Chicago, John Goldsmith, afirma (traducción libre) que “para un campo determinado, los más brillantes de una generación identifican quienes son los mejores profesores y que estos los detectan, apadrinan y, por decirlo de alguna manera, se convierten en sus garantes”.
No sé si dicha ley rige para la política, pero, como podemos verlo hoy más que nunca, ciertamente no para la peruana.
Dinastías de sangre, esas sí. Las hay con todos los grados de consanguinidad. Belaunde, Humala, Fujimori, Luna, Vizcarra, Andrade, Bedoya, Acuña, no sé si habrá más en niveles regionales. Pero no conozco ningún líder significativo que haya considerado como un aspecto central de su misión, como una tarea ligada al liderazgo, como una parte central de su legado, identificar a esas personas especiales que podrían, no en razón de una vinculación de parentesco sino por su potencial y mérito, reemplazarlo.
No es solamente en nuestro país. El mundo se está llenando de caudillos providenciales que parecen tratar la realidad sin intermediarios, vale decir, instituciones, que están centrados en ellos y una presencia que sienten irremplazable, que no logran pensar en sus liderados y lo que lideran como independientes de sus deseos, que ven como un peligro el talento de los más jóvenes y antes que prepararlo para tomar la posta, lo castran y expulsan. En otras palabras, después de mí el diluvio… o mis hijitos.
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