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Ser y sentir
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En esta era de recetas, consultores, terapeutas, mentores y escritores de libros de autoayuda ofrecen felicidad y ausencia de sentimientos negativos. ¿Qué hacer para vivir contentos, para que no duela?
Sin embargo, la vida duele a cada rato. De hecho, hay algo que se llama asimetría hedónica: los afectos desagradables son muchos más que los positivos. Tiene lógica si recordamos que para sobrevivir en un mundo esencialmente peligroso, detectar lo que anda mal es esencial.
¿Y si, en lugar de concentrarnos en los sentimientos, que en realidad no podemos controlar, ponemos nuestra atención en lo que queremos lograr, en el sentido que tiene lo que hacemos, en la dirección que siguen nuestros afanes, en la eficacia de nuestras conductas?, vale decir, más lo que queremos ser y no tanto cómo nos queremos sentir.
Quizá estamos demasiado concentrados en nuestros cuerpos y damos mucha importancia al panel de instrumentos que reflejan su funcionamiento, lo que entra por nuestras bocas, la expectativa de nuestra permanencia en el mundo de los vivos, y hemos olvidado la brújula que señala la dirección en la que estamos yendo, el GPS moral que nos dice dónde nos encontramos y aquello por lo que queremos ser recordados.
Hacer lo que uno considera relevante, valioso, caminar el sendero trascendente antes que el camino sonriente y aceptar la compañía del dolor, es un objetivo que uno puede trabajar, cuyo logro uno puede aquilatar objetivamente, contrariamente a lo que ocurre con la obsesión por el bienestar emocional que parece reinar en la vida de nuestros días.
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