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Estados Unidos: el triunfo de los moderados
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El panorama electoral se va aclarando en Estados Unidos. El pasado martes el autoproclamado socialista Bernie Sanders anunció su retiro de las primarias del Partido Demócrata, lo que confirma al exvicepresidente Joe Biden como contendor de Donald Trump en las elecciones generales de este año.
Los comicios de noviembre serán el punto final de una larga carrera que inició en febrero para definir qué candidato del Partido Demócrata buscaría arrebatarle la presidencia a Trump. A diferencia de los demócratas, los republicanos no han tenido primarias porque, salvo contadas excepciones históricas, la tradición política norteamericana manda que nadie del partido oficialista reta al presidente en funciones cuando este busca la reelección.
Las primarias se suelen dar en todos los estados entre febrero y julio de los años electorales. En cada estado se ponen en juego un número de delegados –que para todo fin práctico son como puntos– determinados en función de la población. En el partidor demócrata empezaron nada menos que 29 aspirantes, pero tras unas pocas semanas solo cinco se mantuvieron en carrera. Además de Biden y Sanders, quedaron la senadora de Massachusetts Elizabeth Warren, el multimillonario de las finanzas y exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg, y el joven alcalde de una pequeña ciudad en Indiana Pete Buttigieg, primer candidato presidencial abiertamente gay en la historia.
Un dato que quedará para los anales fue el grosero gasto de campaña de Bloomberg, quien invirtió más de US$900 millones en tres meses para solo ganar la primaria de Samoa Americana, un minúsculo territorio de Estados Unidos en el Pacífico Sur con menos electores que el distrito limeño de Barranco.
Con las renuncias de Warren, Bloomberg y Buttigieg a inicios de marzo, quedaron Joe Biden y Bernie Sanders, dos grandes veteranos de la política con 77 y 78 años, respectivamente. Sanders ha sido alcalde, diputado y senador en una carrera política de más de cuatro décadas. Desde sus inicios ha sido considerado un radical de izquierda cuya agenda se centra en tres ejes: reducir la inequidad con mayores impuestos a la riqueza, bajar el costo de la salud mediante el aseguramiento universal y enfrentar el cambio climático migrando paulatinamente a energías renovables.
Aunque Sanders terminó por retirarse, el notable avance que consiguió en la carrera demócrata es sintomático de un cambio en la manera de hacer política en Estados Unidos. Hace pocos años hubiera sido impensable que un autodenominado socialista quede a muy poco de obtener la nominación presidencial. ¿Cómo explicarlo? Es en parte una respuesta a la radicalización hacia la derecha que se ha dado en la otra orilla, que llevó a Donald Trump a obtener la nominación del Partido Republicano y la posterior victoria presidencial de 2016.
Muchos entusiastas de la candidatura de Sanders argumentaban que la única manera de enfrentar a Trump era optar por una carta también radical, y que apostar por la línea moderada y tradicional que representa Joe Biden llevaría a una derrota segura en las elecciones de noviembre. “No podemos pretender regresar a la normalidad porque fue la normalidad la que nos llevó a tener a Trump como presidente” es una frase reiterada a lo largo de la campaña que resume bien esta línea de pensamiento. Sin embargo, la realidad ha demostrado que los demócratas no están tan dispuestos a virar a la izquierda como los republicanos lo hicieron a la derecha.
Hasta el miércoles en que Sanders anunció su retiro, se habían dado primarias en 31 de los 50 estados. Sanders había ganado 31% de los delegados mientras que Biden se había llevado el 41%. Si bien la diferencia no era masiva, parecía muy difícil de remontar considerando que los principales estados pendientes –como Nueva York, Pensilvania, Ohio y Nueva Jersey– mostraban desde ya una marcada preferencia por Biden. A ello se sumó el factor coronavirus. “No debo, de manera consciente, continuar con una campaña que no puedo ganar y que interferiría con el importante trabajo que se requiere de todos nosotros en esta hora difícil”, argumentó Sanders en su discurso de cierre de campaña el miércoles.
A pesar de su fracaso, Sanders asegura que el esfuerzo no fue en vano, pues su campaña permitió retar paradigmas y reorientar el debate. “Una mayoría entiende ahora que debemos elevar el salario mínimo, garantizar el acceso a la salud pública, reorientar el sistema energético… no hace mucho estas ideas eran consideradas radicales, pero hoy son vistas como más convencionales”, refirió.
La pregunta ahora es si podrá Joe Biden con Trump. La mayoría de encuestas ponen como favorito al demócrata por márgenes de entre 5% y 10%. Dentro de las fortalezas de Biden está el magnífico legado de haber sido la mano derecha de Barack Obama, uno de los presidentes más populares de la historia. También se puede señalar la clara preferencia que por él tienen las minorías raciales en Estados Unidos, que juntas representan cerca de un tercio de la población. A ello agregaría que, a diferencia de Donald Trump, Biden se suele comportar como un adulto la mayor parte del tiempo.
A lo anterior hay que añadir que esta elección estará marcada por la irrupción del coronavirus, factor que debiera favorecer a Biden por dos razones. La primera es la paupérrima respuesta de la administración Trump a la pandemia, marcada por una minimización del peligro y una demora en la implementación de medidas que ha contribuido a que, a la fecha, se registren cerca de medio millón de infectados y 17,000 muertes. Por otro lado, el coronavirus ha puesto de relieve la necesidad de tener un Estado con capacidad de respuesta y tamaño suficiente para menguar los impactos sanitarios y económicos de una crisis como la presente. Esto no deja bien parado a Trump, un abanderado del Estado pequeño a ultranza.
Aun con todos estos factores, es arriesgado hacer un pronóstico. Como quedó dramáticamente demostrado en 2016, nada está dicho hasta el último minuto.
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