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Esther Vargas: El fujimorismo y San Juan de Lurigancho
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Entre San Juan de Lurigancho y la realidad hay un muro que candidatos presidenciales, congresistas, opinólogos y periodistas, a menudo, no cruzan o que conocen a medias. En este distrito, al noroeste de Lima, la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) registró en 2014 a 667,862 electores. La población supera el millón de personas.
Es una plaza electoral fuerte que esta semana fue visitada por Keiko. Estratégicamente, la candidata no se quedó en la parte «bonita», Zárate o Las Flores. Fue hasta un asentamiento humano. Buscando votos y con ofertas a la medida.
San Juan de Lurigancho alberga dos cárceles, una de ellas figura entre las 10 peores del mundo. En el hacinado «Luri», la peligrosidad está dentro y fuera. El Instituto Nacional Penitenciario (INPE) detalla que la capacidad de este centro es para 3,204 internos: habitan 9,187 personas. Miguel Castro Castro, la otra cárcel, debería tener 1,142 internos: acoge a 3,905.
El distrito expone en sus cerros un cordón de pobreza alarmante. Sin embargo, hay una pujante zona comercial que no para de crecer. La miseria mira el progreso, y el progreso no mira la miseria. El Perú es así.
San Juan de Lurigancho tiene muchos rostros. Quienes vivimos allí, y día a día lo cruzamos, vemos que los candidatos no tienen ni idea de lo que se necesita. Keiko llegó para ofrecer una universidad. Oferta populista y poco efectiva. Una promesa que otros han hecho.
Me pregunto si Keiko sabe que en San Juan de Lurigancho, los colegios muchas veces no tienen patio y que los niños ocupan parques (no siempre verdes), losas deportivas, y calles para la educación física, las actuaciones y más.
Podemos decir cualquier cosa de los fujimoristas, menos que no conocen este distrito. Keiko entendió el jueves que con la universidad no iba a cazar votos y recordó rápidamente los programas sociales del padre. Punto naranja.
La aplanadora naranja pasó por aquí en la primera vuelta y en 2011. Cuando asentamientos humanos como Montenegro eran zona roja, y el terrorismo campeaba, la mano del dictador estuvo aquí. Para la gente del barrio, la hija del expresidente es el recuerdo de la pacificación. Para unos pocos, es el recuerdo de detenciones injustas, rastrillajes, batidas.
Hoy se puede salir a las calles, se puede vivir. La violencia terrorista fue reemplazada por la inseguridad ciudadana; pero nada se parece a los duros 90, a los trapos rojos en los postes y las piedras en las pistas.
Es el distrito que hace unos meses convocó a la prensa por el asesinato del director de una escuela. Sicarios, alumnos asustados, padres reviviendo el miedo. Granadas, amenazas, extorsiones. Pago de cupos. La convivencia con el terror.
Conocer San Juan de Lurigancho es un buen ejercicio para entender el Perú, pero cuántos se animan a hacerlo. Ni mis amigas me visitan.
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