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Esther Vargas: Y hasta cuándo vas a callar
“Los que tenemos voz, a veces, no nos damos cuenta de que estamos silenciando a los que realmente tienen mucho que decir”._
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Con un corte en el rostro, provocado por el pico de una botella de cerveza, María camina por las calles de San Genaro, en Chorrillos. La siguen sus tres hijos, de 9 años, 8 y 4. Son una pequeña fila: triste, gris y aterrada.
En la mano de María hay otro corte, y todavía manchas de sangre. A los 29 años, María cree que es mejor callar. Tiene miedo de perder a sus hijos, tiene miedo de recibir tantos golpes hasta no poder ponerse de pie. Piensa en sus niños, la vida es mejor con ellos que sin ellos. Acepta la violencia cotidiana de su hogar, resignada. Admite en silencio el sexo de ese hombre que se cree su dueño.
Es este mismo hombre el que sale a jugar fulbito, y silba a las chicas que pasan por la losa deportiva, el que se relame cada vez que una jovencita en minifalda pasa por su costado, el que grita machonas a las mujeres que se le enfrentan por ser el patán del barrio.
María ha estado al borde de la muerte tantas veces que ya ni se acuerda. Cuando la violencia se normaliza, entras en un círculo vicioso donde el terror deja de asustarte y solo te retiene, o te controla, o te paraliza. Y no haces nada. Como María.
Las cifras del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) revelaron esta semana que en Lima, entre enero y mayo de este año, se han reportado 5,944 casos de violencia familiar y sexual, 29 tentativas de feminicidio y 8 feminicidios.
La inauguración de Centros de Emergencia Mujer (CEM) es de gran ayuda, pero la violencia no cesa. Siete de cada 10 mujeres sufren violencia por parte de sus parejas. No importa si viven en la zona más pobre o adinerada de Lima. La violencia está. Y cuando no habita en la casa, la escuchamos en los mensajes machistas de ciertos locutores de radio, en las parodias de algunos programas de televisión o en el discurso de famosos que ahora ganan dinero confesando que alzaron la mano o se dejaron golpear en medio de una circunstancia que no tiene justificación, pero que justifican.
La violencia está en todas partes: en la escuela, donde el mal maestro hostiga y acosa; en la calle, donde hasta el policía mira las tetas de las ciudadanas como un acto cotidiano y normal. La violencia está en las redes sociales, en esos memes que se viralizan y hasta nos causan risa. Los medios no se salvan, menos los periodistas: también contribuyen a «normalizar» esta agresión, que se da en diversos niveles o tonos. A veces, se olvida o no se quiere pensar que hasta un titular puede ser la excusa que el agresor buscaba para golpear… para matar.
Los que tenemos voz, a veces, no nos damos cuenta de que estamos silenciando a los que realmente tienen mucho que decir. Como María, que de niña era tocada por un tío y calló. Como María, que ya de mujer y madre, nuevamente, calla. Y solo para sobrevivir. Porque en este país, como en muchos otros, alzar la voz puede ser una sentencia de muerte.
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