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Esther Vargas: Vivir con miedo
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Cada noche la rutina es idéntica. Miras el WhatsApp o el Facebook. Quiero saber si mis hermanos, universitarios, llegaron bien a casa. Así es. Respiras hondo. Y cada vez que puedes les recuerdas que, si un delincuente les quiere quitar el celular, no opongan resistencia, que las cosas se recuperan, que no se hagan los valientes.
¿Y tu hijo? Llega de clases a las 11 y 30 de la noche. A las 11 y 40 ya te sientas en la cama. Esperas que suene la llave, que se abra la puerta. Al fin. Ya puedes dormir.
Un día cualquiera.
Subimos a la camioneta. Yo voy al trabajo, y ella planea hacer unas compras en el Centro, tiempo que no va a la calle Capón. Mi pareja maneja. Ella es lo suficientemente precavida, pero le digo que suba la luna del carro, que no se confíe, que mire bien a ese auto que se le está pegando. Las puertas aseguradas. Estoy con el celular, pero lo tengo medio escondido. Casi no llevo efectivo.¿Música o noticias? Noticias, respondo. Enciende la radio.
Asalto en el Barrio Chino.
Ocho delincuentes asaltaron a cuatro cambistas, dos resultaron heridos. Ocurrió a las 10 de la mañana.
Esa es Lima. La ciudad del miedo, la ciudad que nos hace vivir aterrados, mientras el alcalde metropolitano espera salir en vivo por las mañanas, como si no pasara nada; mientras el gobierno mira a otro lado, y los candidatos presidenciales sacan a modelar a ex jefes policiales y ex ministros del Interior que no tuvieron precisamente logros para aplaudir. Y allí los vemos, sonriendo, en busca del poder, con la fórmula salvadora en la punta de la lengua, confiados en hacer del Perú un país seguro.
Según El Comercio, en solo 10 días se han reportado once baleados por resistirse a robos.
Mientras un universitario muere por evitar que le roben un celular, un ex general de sonrisa fácil cambia su discurso para quedar bien con la camiseta naranja. Que un ex ministro diga que el problema es de gestión cuando ha estado en gestión es cinismo puro, me disculparán. Hoy tenemos sicarios en las calles de Lima, no en el Callao, donde increíblemente ya parece cosa común.
Siempre he sido enemiga de las comparaciones facilistas con México o Colombia, pero el avance de la delincuencia en este gobierno es uno de los peores legados del humalismo. Y no soy una fujitroll.
No vale el cliché de que lo heredamos. No, la prensa no exagera. En cinco años, el panorama ha empeorado. Los gobernantes no saben pedir perdón por sus errores, así esos errores sean vidas: estudiantes, niños, madres.
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