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Globalización pandémica
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Fue un invento extraordinario. Permitió multiplicar la difusión y acceso a la información y a las ideas a velocidades nunca antes imaginadas. Revolucionó el mundo.
Pero fue un invento muy criticado. Dijeron que fomentaría que las personas, en especial los jóvenes, se volverían holgazanes, distraídos por su uso. Otros que generaría debates innecesarios al difundir información inadecuada o incluso equivocada.
No estoy hablando de Internet, ni del buscador de Google, ni del iPhone. No me refiero a los videojuegos ni al ahora inevitablemente necesario Zoom.
Me refiero a la imprenta de Gutenberg, inventada alrededor de 1450. El concepto de imprenta ya existía. Pero la idea innovadora de Gutenberg fue crear tipos móviles de metal que permitían cambiar las letras en una tabla para formar cada página. Era un sistema muy trabajoso pues había que crear cada página a mano. Pero multiplicó por varias veces la velocidad de transcribir a mano los libros.
A pesar de la importancia del invento, hoy no nos impresiona tanto. Gutenberg pudo imprimir en tres años solo 200 ejemplares de su famosa Biblia. Su ventaja es que en el mismo tiempo un transcriptor a mano hubiera podido producir solo un ejemplar.
Gutenberg es uno de los millones de innovadores que crearon las bases para lo que hoy llamamos globalización. La globalización es, principalmente, un fenómeno tecnológico, que ha permitido un incremento continuado y exponencial de la capacidad de interactuar entre nosotros.
Hoy puedes encontrar en segundos en Google la información que en los tiempos de Gutenberg te hubiera tomado décadas (o siglos) obtener. La globalización nos permite movilizar personas, ideas, mercaderías y capitales de un extremo al otro del mundo. Desde barcos, aviones y automóviles, sistemas bancarios y financieros hasta redes informáticas, estamos en capacidad de estar conectados entre todos.
Leía hace unos días una discusión en las redes sociales en la que se sostenía, sin mayor base, que la pandemia es consecuencia de la globalización y del desarrollo de los mercados a ella asociada. Se decía que era una demostración del daño que causa y de la necesidad de limitarla.
El argumento se parece a prohibir la imprenta porque leer nos hace más ociosos. Sin la tecnología que soporta la globalización, los impactos de la pandemia habrían sido aún mayores. Sin los smartphones en nuestro bolsillo la economía habría sufrido un frenazo aún mayor.
La velocidad con la que estamos desarrollando la vacuna (y podremos distribuirla y aplicarla) y en la que hemos aprendido a tratar la enfermedad (una de las explicaciones de la reducción global de las estadísticas de mortalidad) se explica por el nivel en que hemos globalizado desde la información hasta el comercio.
Sabemos en segundos que pasó al otro lado del planeta, y podemos traer algo de la China en menos de dos días. No habríamos podido multiplicar el número de respiradores o de unidades de UCI en los hospitales, ni sobrevivir a las medidas que adoptó Vizcarra si no estuviéramos globalizados.
Es difícil entender por qué la tecnología que nos permite estar más cerca puede ser mala. Finalmente, sin globalización el distanciamiento social habría sido aún más dañino y frustrante.
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