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Golpe bajo, señor Presidente
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Nadie en este país tiene un trabajo más duro que el del presidente Martín Vizcarra: debe gobernar y encaminar a un país polarizado y navegar a través de una de las crisis institucionales más graves que nuestra historia republicana recuerda; sin embargo, ha tomado algunas decisiones importantes: hacer suya la lucha contra la corrupción e intentar encajar las reformas –con o sin éxito– que permitan una mejor representación. La política, eso sí, está también hecha de símbolos.
Hace unos días, el presidente participó en un acto cuyo valor me parece bastante lamentable: presenció desde el grupo aéreo N° 8 de la FAP la expulsión de varios ciudadanos venezolanos y anunció que, a partir de ahora, será necesario que cada migrante presente documentos como el pasaporte y la visa humanitaria si quiere ingresar al país.
El problema está en que la dictadura de Nicolás Maduro ha dejado, hace ya un buen tiempo, de emitir pasaportes a sus ciudadanos: su país es una prisión.
Imagino que el señor presidente ha tomado esta decisión buscando sintonizar con el descontento popular que la llegada de casi 800 mil hermanos venezolanos ha generado.
Su rol como estadista, no obstante, debería ser explicar que hay una falacia malthusiana detrás de la idea de que nos van a quitar el trabajo y que, además, nos estamos quedando con la plusvalía de una mano de obra harto calificada entrenada con la plata del chavismo y su locura del socialismo.
Espero que este gesto del presidente haya sido un desliz o, simplemente, un consejo mal dado. Pero lamento que el dolor de un pueblo que, literalmente, muere de hambre sea usado de manera demagógica por nuestras autoridades y que, además, se haga de manera tan abierta.
Creo que los peruanos somos mucho más grandes como nación y que, además, hemos sufrido en carne propia la discriminación y la xenofobia. Latinoamérica es una sola. Vale recordar.
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