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La guerra de los siete días
‘¿De verdad creyó que Keiko guardaría celosamente ese secreto y no lo usaría luego para chantajearlo?’.
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Esta bélica semana alejó, aún más, las reformas tan esperadas. Cabe preguntarse quiénes buscan que los misiles y el humo las retrasen. Los hechos siempre nos acercan a las respuestas. La guerra de estos siete días la inició Keiko Fujimori revelando reuniones con Martín Vizcarra. ¿Cuál era el fin de desclasificar tales secretos en radio y televisión? Vizcarra quedaba como mentiroso, primero; como traidor, inmediatamente después; y como el político más ingenuo del año. ¿De verdad creyó que Keiko guardaría celosamente ese secreto y no lo usaría luego para chantajearlo y pulverizarlo? Tan cándido fue que las negó públicamente y terminó mintiendo. A Vizcarra lo cogieron en una siesta moqueguana.
Pero ahora resulta que es nauseabundo que los políticos se reúnan. Por favor. Lo han hecho siempre; así es la política. Lo malicioso fue aplicar la estrategia del barro con ventilador. Los keikistas denuncian a Vizcarra por reunirse con ellos; como si eso fuese materia de denuncia. ¿Tan mal les parece juntarse con ellos? Nadie querrá siquiera cruzárselos en adelante. Solo falta que lo hayan grabado con un reloj de Mamani. Le armaron el muñeco y creyeron que el escándalo empujaría su salida, pero la tortilla se les volteó.
Los Cuellos Blancos resisten con el estiércol que les queda. El limbo crece con el fiscal de la Nación incluido en esa banda. Un fiscal que tiene aún el apoyo de la señora Fujimori. ¿Es amor al chancho o a los chicharrones que Chávarry debe entregar al país? Quiero ser más claro. ¿Chávarry garantiza que las investigaciones a la señora Fujimori, por sus vínculos con Ramírez y el lavado, no se frustren por alguna intervención directa desde su despacho? Keiko tiene dos caminos: deja de encubrir a Chávarry o se termina friendo con él. Vizcarra tiene la sartén por el mango.
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