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Hablar con la historia
“Carecía de seguidores, discípulos o ayayeros, ni siquiera académicos. Porque, en general, Cotler no buscaba agradar a nadie”.
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No era Julio Cotler un intelectual conocido, precisamente, por su buen humor. Ni como profesor ni como investigador. Menos aún cuando se convirtió en el entrevistado estelar de los medios si se necesitaba analizar la coyuntura con una perspectiva de mayor amplitud que la de tanto prójimo ejerciendo hoy la opinología.
En los últimos años su acre voz, sus respuestas y explicaciones, que solían ser tajantes, sin concesiones al lugar común, marcaban la agenda política de los siguientes días, con frecuencia semanas. Mientras unos se limitaban a denostarlo –no es que el cacumen abunde en el debate político criollo– otros en cambio lo refutaban, o intentaban hacerlo, en el campo mismo de las ideas y el análisis histórico.
Carecía de seguidores, discípulos o ayayeros, ni siquiera académicos. Porque, en general, Cotler no buscaba agradar a nadie. Alejado de la izquierda y la ortodoxia marxista desde la década de los ochentas, nunca se afilió a partido político alguno; su aporte esencial fue un volumen ya canónico sobre las instituciones oficiales y las mentalidades políticas que fundaron el Perú moderno. Se sabía, asimismo, que trabajaba desde hace unos años en un estudio sobre las élites en nuestro país.
Era Cotler, pues, un hombre que sabía de lo que hablaba. Y si tan solo fuese por ese debate que generaban sus afirmaciones cuando era entrevistado, estaba cumpliendo con el que es acaso es el deber supremo de todo intelectual: generar discusión.
Pero no una discusión superficial, como las que atosigan las redes sociales y ciertos medios, sino una discusión que trascienda y ponga sobre el tapete los problemas de fondo y las taras de siempre, que exponga y enriquezca el intercambio de ideas, que derribe tabúes atávicos y ponga en evidencia prejuicios políticos, tanto como liderazgos que únicamente repiten tics, discursos y fórmulas que, en el devastado escenario de la Historia, solo han servido para generar decepciones, cuando no verdaderas catástrofes.
Dígase lo que se diga, se haya estado o no de acuerdo con él, se va a extrañar la bélica lucidez de este viejo, brillante cascarrabias.
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