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Hágale

Te soy sincera, no me hace ninguna gracia cumplir cuarenta y ocho años. Es casi medio siglo, es mucho tiempo, no sé cómo he llegado a esta edad tan avanzada.

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Jaime Bayly,Un hombre en la lunahttp://goo.gl/jeHNR

Estoy tía, estoy acabada, estoy hecha ruinas. Y no me puedo retirar. Tengo que seguir trabajando. Si no trabajo, no como. Si no trabajo, no comen mis dos hijos que ya son mayores de edad y profesionales, pero que se han quedado viviendo en mi casa porque no les alcanza para comprarse su casa propia. Por mis hijos, que siempre tienen hambre, y por mí misma, que tanto he luchado desde chica por ser independiente, tengo que seguir trabajando, no me queda otra. No me gusta mi trabajo, lo odio, pero no sé hacer otra cosa. Soy azafata, vivo subida en un avión. Soy azafata de Lan, por supuesto. Menos mal que me queda Lan porque antes volé en Faucett y en Aeroperú, y antes que ser azafata de Peruvian Airlines prefiero el retiro o ser cajera de Metro o concejal de la alcaldía de Lima. No me quejo de los chilenos, me mantienen activa, me hacen sentir útil, me pongo mi uniforme y salgo de mi casa a las cinco de la mañana y pienso que soy un ejemplo para mis dos hijos profesionales que duermen hasta mediodía. Son profesionales, sí, pero profesionales de la música, han estudiado música en la UPC, son artistas, tienen una banda propia, están componiendo un disco, algún día serán famosos, pero por ahora no tienen trabajo fijo ni sueldo y dependen económicamente de mí, y esto lo digo con mucho orgullo y también con un poquito de cansancio ya. Yo creo en ellos, creo que son muy talentosos, aunque cuando los comparo con músicos realmente talentosos como Gianmarco pienso que mis hijos son medio apáticos y no la van a hacer nunca. No importa, yo creo en ellos aunque nadie más crea en ellos. Y mientras sigan sin trabajo, tengo que seguir volando. No paro. Cada día estoy volando a un lugar distinto: Santiago, Buenos Aires, Punta Cana, Bogotá, ahora Medellín, inevitablemente Miami, que de todos mis destinos es el que más odio porque los gringos me miran para abajo y me revisan todo como si fuera mula o camello. Yo soy una señora, llevo treinta años volando, soy una profesional de la aviación, merezco un respeto. Nunca he traficado. Nunca me he ido a la cama con un capitán ni con un colega aeromozo. Tampoco me he resistido mucho porque los capitanes son medio pavos y los aeromozos son todos más señoras que yo. En mis treinta años de azafata no he conocido a un aeromozo macho, ni uno, debe haber alguno pero yo no lo conozco, dicen que hay uno en KLM, da igual, no me interesa, ya estoy demasiado tía para hablar de sexo. Desde que enviudé, hace trece años (mi marido falleció haciéndose una liposucción en una clínica informal de Chosica), no me interesa el sexo. Para nada, punto, cero. Mi vida sexual ha sido espantosa, y que me perdone mi marido, que en paz descanse. Nunca tuve un orgasmo con él, aunque sí dos hijos. No me supo satisfacer. Se montaba sobre mí como si yo fuera una vaca en Huampaní y me tiraba y terminaba rapidito y se quedaba roncando. Mis dos hijos profesionales desempleados fueron embarazos no deseados, totalmente no deseados por mi parte: primero, no deseaba tener relaciones con mi marido; segundo, no deseaba quedar embarazada, y tercero, no deseaba subirme a un avión con las náuseas secas y el malestar del embarazo. Y no digo que a mis dos hijos no deseados profesionales desempleados no los ame: los amo, los adoro, los mantengo a mucha honra, creo que algún día serán famosos y no me molesta que duerman hasta la una de la tarde y se pasen el resto del día fumando la marihuana noble que cultivan en mi jardín. Les respeto su estilo de vida, ellos dicen que no son competitivos, que no están en la carrera de las ratas o los cuyes. Suerte la de ellos, que pueden ser artistas mantenidos por su mami. Yo estoy jodida, yo sí tengo que competir, compito contra las azafatas más jóvenes de Lan que me quieren quitar el puesto y sobre todo conmigo misma porque mis estándares profesionales son muy altos y no puedo fallar a la leyenda que ya soy en los aviones de Lan. Sí, soy una leyenda de la aviación aerocomercial peruana. Nunca he fallado a un vuelo en treinta años. Nunca he tenido una crisis de nervios en un avión. Nunca le he vomitado a un pasajero. Nunca me ha chorreado la mano un mañoso. Nunca se la he mamado al capitán. Soy una profesional, al menos cuando estoy trabajando. Y cuando no estoy trabajando, también, porque estoy pensando en mis próximos vuelos y en que tengo que estar bien descansada e hidratada para atender correctamente y con una sonrisa a todos los pasajeros, incluso a esos patanes que no saben pedir las cosas por favor y cuando bajan del avión ni siquiera me miran ni dicen gracias. Yo les sonrío a todos y los odio por igual porque son muchos años sirviendo manís y oliendo gases nefastos, asesinos, ¡ya no quedan caballeros que van al baño a deshacerse discretamente de una flatulencia y a las azafatas nos gasean sin asco! Qué depresión, mañana cumplo años y no puedo parar, tengo que trabajar, tengo que volar. ¿Adónde? No sé, ni siquiera sé adónde me toca volar el martes, solo sé que vienen a buscarme en la camioneta a las cinco de la mañana y tengo que estar lista y dejarles la refrigeradora llena a los zánganos de mis hijos. Lo bueno es que los dos, como son místicos y meditan mucho (hay uno que de tanto meditar creo que se ha olvidado de hablar y solo hace un zumbido como de abeja), se me han vuelto vegetarianos, así que les compro un montón de yogures y les lleno la refrigeradora y con eso se contentan, todo el día comen yogur y cantan y excretan, cantan y excretan, cantan y excretan, es todo un estilo de vida. Pero yo, jodida, trabajando como una mula, cargando la bandejita, repartiendo las revistas, pasando las bebidas, preguntando por enésima vez si el señor ya eligió su opción del menú para que el tarado me diga no, no he leído, cuáles son las opciones. ¿Cuáles crees que son las opciones, subnormal? ¿Langosta, cangrejo, pato, conejo? ¡Pollo, pues! ¡Pollo, pescado y pasta! Y si eres pobre y vas atrás, pollo y pasta no más, que al final saben igual y terminan reducidos en el mismo denso pedo que voy a tener que tragarme, ¡no hay derecho! Una de cumpleaños y trabajando sin ganas, sonriendo sin ganas, pasando las bandejitas y preguntando ¿ya eligió su opción de cena, señor? ¿Y yo? ¿Acaso yo no merezco tener opciones? Yo, que cumplo casi medio siglo de vida sacrificada de viuda y madre de familia, ¿no puedo elegir nada? No, no tengo opciones, estoy jodida, tengo dos hijos a los que tengo que mantener, así que no me queda otra que seguir volando en Lan hasta que me jubile, pero por supuesto estos chilenos pícaros me van a despedir en un par de años para ahorrarse mi jubilación y me van a dejar en la calle como han quedado muchas compañeras ex azafatas de Faucett y Aeroperú que ahora trabajan en bingos y casinos o en centros de rehabilitación. Qué tenaz es la vida, qué injusta es la vida, voy a cumplir años y no puedo hacer una fiesta porque tengo que trabajar. ¿Es justo que el martes sea mi santo y no sepa en qué hotel voy a dormir? ¿Es justo que tenga que madrugar y correr al aeropuerto sin que mis hijos me digan ¡feliz día, mami! porque los dos están durmiendo cuando llegan a recogerme? ¿Es justo que nadie me salude en el avión porque nadie sabe que estoy de cumpleaños? No, no es justo. Pero no me quejo. Soy una luchadora. Soy echada pa'lante. Como decía Pablo Escobar, ¡hágale! ¡Hágale, no se queje, siga volando! Que algún día mis hijos van a ser músicos famosos como Gianmarco y me van a mantener y voy a poder cumplir mis cincuenta con ellos. Ese es mi sueño: celebrar mis cincuenta con mis dos hijos, alicorada, cantando sus canciones y retirada de la aviación aerocomercial. Quiero estar en una casita en La Molina y ver pasar un avión o imaginarlo porque en Lima no se ve el cielo ni nada y pensar allí podría ir yo pasando la bandejita, pero ahora mis hijos han triunfado en la música y me mantienen. Qué lindo sería cumplir así mis cincuenta años, qué ilusión me da que mis dos hijos profesionales algún día trabajen y sepan ganarse la vida. Pero, por ahora, toca ponerse el uniforme y salir a trabajar. Te soy sincera, no me hace ninguna gracia cumplir cuarenta y ocho años. Pero qué me queda, a seguir volando, ¡hágale! ¡Feliz día y hágale!

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