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Hagamos un trío

Lamentablemente no hicimos un trío porque mi hermana no se animó. Dependía de ella y a la hora de la verdad arrugó. Mi esposo y yo teníamos ganas de jugar con ella esa noche.

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Mi esposo me ama y, que yo sepa, nunca me ha sido infiel, pero tampoco es miope y sabe apreciar la belleza de mi hermana. Mi hermana es mucho más linda que yo. Me gana en todo: en cara, en tetas, en poto, en piernas. No me gana en conversación, en eso la supero sin esfuerzo, ni en bromas, yo soy más pícara que ella, ni en plata. Pero mi esposo estaba obsesionado con hacer un trío y a mí me gustaba que me contara sus fantasías y al final siempre terminábamos con el mismo problema práctico: Ya, todo bien, quieres estar conmigo y con otra mujer, pero ¿qué mujer? Mi esposo lo tenía clarísimo: tu hermana. Pero mi hermana está casada, le decía yo, y a él no le importaba ese detalle y me contaba en sus delirios eróticos las cosas que quería hacernos a mi hermana y a mí, y yo me calentaba y entraba en la película y le decía las cosas que mi hermana y yo le íbamos a hacer. De tanto jugar con esa fantasía, los dos nos obsesionamos con plantearle la cuestión a mi hermana. No era fácil, podíamos patinar feo. No sé si mi hermana es feliz con su esposo, yo diría que sí. Solo sé que una semana antes de casarse se acostó con el chofer de la limusina que fue a recogerla al aeropuerto de Miami. Yo no lo podía creer cuando me lo contó. Según mi hermana, fue un arrebato, una crisis nerviosa, no es que el chofer cubano fuese particularmente atractivo, es que ella se sentía tensa ante la inminencia del matrimonio y quiso quitarse la tensión de encima y echarse un último polvo para despedir su soltería. Me lo contó a mí y solo a mí, y yo ni siquiera tuve el gusto de conocer al cubano que se tiró a mi hermana en un hotelito discreto. En mi familia todas las mujeres somos así, sexualmente muy apetentes. No debí contarle a mi esposo que mi hermana se tiró a un cubano una semana antes de casarse. Se lo conté una noche en plena tiradera y desde entonces creo que se obsesionó con ella. Yo no lo cortaba, me gustaba que me contara su película con mi hermana: de noche, en esta casa, en la piscina, tú me haces esto, ella me hace esto otro, luego yo les hago esto y lo otro. Tal vez porque pensaba que en la práctica era imposible, yo me entregaba a la fantasía que él me iba contando y sinceramente gozaba pensando que mi hermana y yo lo haríamos feliz una noche y que la cosa quedaría en secreto entre los tres. Ese era el pacto con mi esposo: una noche y solo una noche y después nadie se acuerda y no pasó nada. Por eso planeamos todo meticulosamente. Invitamos a mi hermana a que viniera a Miami a pasar unos días con nosotros, le pagamos el viaje, le pedimos que se quedara a dormir en la casa, ella que es muy maniática no cedió y se fue a un hotel cercano, aunque aceptó que nosotros le pagaríamos la cuenta. Mi esposo y yo compramos los vinos, preparamos todo, nos arreglamos, nos hicimos unas ilusiones de quinceañeros alborotados. Recuerdo claramente ese momento: él y yo arreglándonos en el baño, mirándonos en los espejos, sintiendo en el aire el peligro de la seducción que estábamos dispuestos a llevar a cabo, riéndonos y amándonos porque éramos capaces de reconocer que él estaba loco por mi hermana y que yo veía esa locura con simpatía y una cierta condescendencia que no sé si era puro puterío, pero no me parecía malo que mi esposo quisiera hacer jugarretas con mi hermana, malo me hubiera parecido que las hiciera a escondidas, la verdad es que me gustaba y halagaba que me contara todo y que fuésemos capaces de compartir ese secreto. Cuando mi hermana llegó, salí a abrirle la puerta y le pregunté a quemarropa: ¿Trajiste ropa de baño, no? Me dijo que sí, menos mal. Yo ya estaba en ropa de baño y mi esposo también y luego estábamos en la cocina, y fue un momento genial porque mi hermana quiso abrir una botella de vino y no pudo y mi esposo le dijo déjame, yo te ayudo, yo soy experto en eso, y cuando metió el sacacorchos y lo hundió y le dio vueltas, mi hermana y yo nos miramos y nos reímos y yo pensé: Ya, es un hecho, esta noche hacemos un trío en la piscina, qué rico. En ese momento pensé que mi hermana estaba jugada a favor del trío, su mirada fue inequívoca, le gustó sentir el peligro de mi esposo sacando el corcho con su sonrisa de último playboy. ¡Qué pedazo de lomo mi esposo! No quiero alardear, pero mi esposo en ropa de baño y con dos vinitos es una tentación para cualquier mujer en su sano juicio, y por eso pensé que mi hermana entendería que lo de esa noche no era invitación sino emboscada, no era reunión sino trampa. Cuando mi hermana se cambió en el baño de visitas y salió en ese bikini y mi esposo la miró relamiéndose y ella se acercó a la piscina y dejó entrever la majestad de su poto peruano y mi esposo y yo le miramos el poto y pensamos que era un poto supremamente bien hecho y sin duda alguna superior al mío en todo sentido, en ese momento pensé que el trío era un hecho, una cosa inevitable, y que mi esposo, aunque tal vez no lo mereciera, saldría premiado esa noche. Si mi hermana se había puesto ese bikini y no tenía empacho en lucir su poto tan oronda era porque quería que mi esposo le hincara el diente. En eso mi esposo y yo somos siempre un equipo y habíamos trazado las reglas muy claramente: cuando finalmente ocurriera el trío, él no podía metérsela a mi hermana, solo podía metérmela a mí, con mi hermana era besos y sexo oral y punto, yo estaba dispuesta a compartir pero tampoco tanto, una también tiene sus límites y su moral. Mi esposo no tenía problemas, su obsesión era que mi hermana se la comiera doblada, él solo quería eso, ver a mi hermana y a mí haciéndole un servicio esmerado, todos los hombres son iguales, todos sueñan con dos mujeres parecidas sino igualitas y las dos hincadas de rodillas y haciéndoles reverencias con la boca llena. Todo fluyó suave y rico en la piscina. Mi esposo servía los vinos, yo ponía la música, mi hermana parecía contenta con la situación y sus posibles ramificaciones. No sé, yo en ese momento pensé que el trío era un hecho, lo di por sentado. Por supuesto las dos empleadas habían salido por la tarde, les había dado el fin de semana libre, no quería que nos espiaran y se ganaran con la película, hay que cuidar la reputación de señora ama de casa. Salimos de la piscina y nos echamos en la tumbona y mi esposo estaba loquito con el repelente en aerosol disparándoselo a los mosquitos y no le importaba si nos lo tiraba en la cara con tal de matar al mosquito real o imaginario que él veía en su paranoia de cazador frustrado. Yo sentía la tensión en el ambiente, pero nadie se atrevía a dar el primer paso. Fue un momento tremendo, de gran expectativa. Yo esperaba que mi hermana no me defraudara y, como buena mujer de mi familia, fuese un poquito más puta risueña que hermana convencional. Pero cuando finalmente me animé y le pregunté si alguna vez había hecho un trío, ella dio un salto, se paró de un brinco como si le hubiera pasado corriente, como si le hubiera dado un calambre, y se sentó con cara de palo y dijo que ella jamás haría un trío. Fue un momento tenaz. Mi esposo se quedó helado, en ese momento se le bajó todita, yo pude ver cómo se le deshizo toda la ilusión. Mi hermana arrugó, se replegó, reculó, nos dejó tirando cintura. Recuerdo que de la nada dijo: Yo siempre pienso que Papi está mirándonos desde el cielo. ¡Qué bajón! ¡Qué momento satánico! Yo quería hacer un trío y ella revivió a Papi y lo puso a espiarnos en la noche estrellada. Mi esposo estaba tieso como un cadáver y creo que pensaba: Todo el vino que le dimos a la mal cogida de tu hermana fue en vano, él siempre está pensando en la plata, no puede con su genio. Amé a mi esposo cuando dijo: No sé, yo no creo en el cielo, yo soy ateo. Bien dicho, pensé, y además cualquier mujer lo sabe: un hombre nublado por el deseo es ateo, así lo ha sido desde la creación. Yo traté de matizar y dije: Yo en realidad soy agnóstica. Luego hubo un silencio espantoso y me animé a preguntarle a mi hermana: ¿Y tú? Y mi hermana destruyó la última posibilidad que teníamos de hacer un trío diciendo una frase que no olvidaré: Yo no soy religiosa pero soy espiritual, no creo en la Iglesia pero creo en la Virgen María. En ese momento supe que mi esposo y yo nunca haríamos un trío con mi hermana. Mi esposo (lo amé) cerró la noche diciendo: Me disculpan, pero tengo que ir a cagar.

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