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El hombre sentimental

Eres tan débil, tan poca cosa, tan dependiente de los demás, que no puedes estar solo, realmente solo. Cuando viajas solo, necesitas sentir que alguien, por lo menos una persona, te extraña, te recuerda, se preocupa por ti.

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Fecha Actualización
Jaime Bayly,Un hombre en la lunahttp://goo.gl/jeHNR

A esa persona le vas reportando tus minúsculas peripecias, los incidentes contrariados o felices que encuentras en la travesía. Han demorado el vuelo. No puedes quedarte callado y tranquilo. Necesitas quejarte, compartir tu desdicha con alguien, con ella. Le escribes de inmediato desde la tableta, la llamas por el celular, te quejas, te haces la víctima, el importante, el sufrido viajero que soporta una humillación más. Han dicho que el avión está fuera de servicio y que más tarde nos dirán a qué otra puerta de embarque debemos dirigirnos, pero no han dicho nada más, ¿puedes creer lo incompetentes que son los de esta aerolínea, amor?, le dices. La amas, sí, pero sobre todo amas que ella esté allí, escuchando tus reportes sobre tu mala salud, sobre tu heroísmo incomprendido, sobre tu desbocada imaginación literaria, amas que exista alguien en el mundo que te dé importancia y te diga qué mala suerte, pobre, ¿y ahora qué vas a hacer? Y tú, haciendo el papel de héroe discreto: nada, qué me queda, esperar, no es la primera vez que me demoran un vuelo ni será la última. Pero ¿realmente tenías que llamarla con ese desespero para decirle que el vuelo estaba demorado? ¿Tienes que escribirle cada diez minutos para decirle que algo aciago te ha ocurrido, que extrañas estar en casa con ella, que ya te va quedando claro que emprender este viaje fue un error? ¿No puedes estar realmente solo? ¿No querías estar realmente solo? Porque cuando tuviste que decidir si viajar solo o con ella, pensaste que esta vez, dada la naturaleza conspirativa del viaje y los riesgos que él entrañaba, era mejor viajar solo y ella entendió con esa tranquilidad que tanto le admiras, cero reproches, cero dramas. Y ahora que estás solo en el aeropuerto y esperas y esperas y no sabes a qué ahora embarcarán por fin el vuelo demorado, te descubres reportándote a ella como un empleado a su jefe, como una mascota a su dueño, y te das cuenta de que necesitas sentir que alguien, ella, se preocupa por ti, o al menos lo simula bien. Antes eran otras personas las que se preocupaban por ti o ante las que te reportabas, pero esas personas se han alejado, se han decepcionado, les has agriado la vida, eres un recuerdo oprobioso para ellas y ya no puedes reportarte a ellas porque sabes que, sentimentalmente, has muerto para ellas. Es triste y es crudo pero es la verdad, antes habían más personas a las que llamabas o escribías cuando estabas solo y abandonado en un aeropuerto, esperando la salida de un vuelo demorado por razones inciertas, refunfuñando con otros pasajeros crispados, mal dormidos. Antes, en los tiempos de gloria y esplendor, eran al menos cuatro y hasta cinco las personas a las que te reportabas varias veces al día, con llamadas breves y correos electrónicos, y esas personas, que estaban lejos de ti, te respondían enseguida, te hacían sentir importante. Estaba tu esposa, estaba tu novio, estaban tus hijas, estaba tu amiga-amante, por lo menos eran cinco las personas que, en teoría, te cuidaban, te pensaban, te extrañaban, sabían dónde estabas, a qué ciudad te dirigías, cuán delicada se encontraba tu salud. Ya no puedes reportarte a esas personas, ya no quieren saber de ti. Todo se ha roto, deshecho, corrompido, pulverizado. Todo se ha difuminado en una neblina espesa que disuelve los recuerdos y los afectos. A veces envías un correo informativo, levemente sentimental, pero no hay respuesta. Te aferras entonces a ella. Y es ella la que te espera en casa y la que te dice palabras cálidas, alentadoras, y la que te hace sentir importante, valiente, emprendedor, no te desanimes, no regreses a la casa, no canceles tu vuelo, van a salir cosas buenas allá, ten paciencia, las cosas buenas cuestan trabajo, tú lo sabes. Por fin anuncian la nueva puerta de embarque y te arrastras y en algún momento entras al avión, aunque un hombre uniformado y en apariencia infeliz te decomisa tus maletines de mano alegando en voz alta que no son maletines ni de mano, que son bolsos muy abultados, y tus protestas son inútiles y ya luego estás en el avión y te duermes con una extraña placidez, como hacía tiempo no dormías en un avión, solo. Porque hacía tiempo que no viajabas solo. Los últimos años has viajado siempre con ella: a ciudades frías, a playas tropicales, a reuniones familiares, a promociones literarias inútiles, todos estos años desde que te enamoraste de ella has viajado siempre con ella. Ahora has querido viajar solo porque es un viaje peligroso, a unas ciudades donde tienes enemigos políticos, es un viaje de conspiraciones políticas y te parece que ella es muy joven y muy pura (parece tu hija, parece menor que tu hija mayor) para corromperla en esas reuniones cínicas donde unos hombres de lenguas afiladas desempolvan sus ambiciones como si sacaran sus pistolas en una cantina arrabalera. Has querido viajar solo y has hecho bien pero no te acostumbras, la extrañas en el aeropuerto, en el avión, al llegar, al subir al taxi, al entrar al cuarto del hotel. Antes eras un viajero solitario y todo eso era normal, aunque siempre te reportabas a alguien, a tu esposa, a tu novio, a tus hijas, les escribías un correo diciendo ya estoy en el aeropuerto, ya llegué, ya estoy en el hotel, y te gustaba sentir que tus movimientos y azares no eran totalmente insignificantes para ellos. No has cambiado: apenas entras al cuarto del hotel, te lavas las manos, comes una granadilla, comes un mango y sientes la compulsión de reportarte. ¿No era que querías estar solo? Estás solo, disfrútalo, cállate, no te desbordes sobre otra vida, demuestra que puedes estar solo con un mínimo decoro. No, no puedes: tienes que llamarla, ni siquiera mandarle un correo, llamarla como se hacía antiguamente, de teléfono fijo del hotel a teléfono fijo de una casa, y el teléfono timbra y timbra y tú sufres pensando que tal vez ella ha salido a bailar, a divertirse, con amigas, a buscar una aventura con alguien. Nadie contesta el teléfono de tu casa y eso te parece humillante, devastador, la prueba final de que ya no queda una sola persona en el mundo que de verdad se interese por ti, por tu minúscula suerte pendenciera. Y entonces te entra el desespero y la llamas al celular y nadie contesta tampoco y piensas que ella se está vengando, que no quiere contestar porque no la has invitado a viajar, que su silencio es una manera de decirte ¿querías estar solo?, muy bien, solo estás, disfrútalo y no me jodas al menos unos días. Pero no puedes. Necesitas contarle a alguien, a ella, cómo fue el vuelo, cómo te mueres de frío, cómo estás de mal con esta tos que no cesa, cómo te reconocieron en una fiesta de casamiento cuando llegaste al hotel, cómo te pidieron fotos, cómo te duele la cabeza y la espalda, cómo te arrepientes de haber hecho este viaje cuando no hay mejor lugar en el mundo para estar tranquilo que tu propia casa. Necesitas reportarte, describir el hotel, comentar tu estado de ánimo, revelar tus planes, la agenda de mañana, pero no hay nadie, nadie, que tenga interés en escuchar ese reporte tan estúpido. Ella no está, no contesta, seguramente está bailando o viendo una película, descansando de ti. Y entonces, con el teléfono timbrando en vano, minado por el viaje, tosiendo y escupiendo, sintiendo los pies helados, te das cuenta, extenuado, de que ya estás muy venido a menos para viajar solo y comprendes que fue un error decirle que era mejor que se quedara en casa cuidando a la niña. Angustiado, escribes unos correos traspasados por la culpa y el dolor a tus hijas mayores, a sabiendas de que no habrá respuesta: ellas han aprendido a encontrar la felicidad lejos de ti, a pesar de ti, han aprendido que eres un estorbo o un lastre o un baldón y pasan de ti y tus penas y achaques y crisis neuróticas. ¿No era que querías estar solo, en silencio, una semana retirado de todo, sin hablar con nadie, sin pensar siquiera en cosas sexuales, confinado en la nube del escritor? ¿No era esa la fantasía? ¿No puedes colgar el teléfono y echarte a leer? ¿No eres capaz de pasar una semana sin estar reportándote a cada momento a ella? Eres patético. Eres débil. Eres un perdedor. Eres un hombre que necesita sentir el cariño de alguien más, de ella, de esa mujer. Eres un hombre enamorado. Acéptalo.

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