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Y si intentáramos ser veraces
Cada mañana me provoco una flagelación tan consciente como inevitable. Es mi cilicio personal y, si bien ignoro la intensidad del dolor que el cilicio provoca, mi flagelación no debe quedarse muy atrás. ¿En qué consiste este sacrificio cotidiano? Simplemente en sentarme ante la computadora y leer diarios locales y extranjeros de distintas tendencias.
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Guillermo Giacosa,Opina.21ggiacosa@peru21.com
Allí se refleja un mundo que, si logramos tomar distancia de la coyuntura, apunta hacia el abismo. Apena confirmarlo cada día, pero más apenan las racionalizaciones con las cuales cada uno defiende su pequeña parcela de ideas o poder.
Salvo excepciones, las grandes propuestas están construidas como antípodas de algo que la propia prensa, con escasa objetividad, ha transformado en execrable. Frente a eso cualquier cosa que se ofrezca, aunque ya haya fracasado, puede resultar un camino practicable. Pero ahí no cesa mi dolor.
Ha surgido un nuevo elemento que hace aún más agudas las puntas de mi cilicio. Y ese elemento es la opinión de los lectores, opinión que suele publicarse al final de algunas notas.
Allí estalla lo peor. Allí desaparecen las barreras morales que nos imponemos algunos periodistas y aparece, con excepciones, un macabro teatro de odios, frustraciones y desesperanza junto con prejuicios y estereotipos del nivel más bajo e irracional. Da lo mismo que el diario sea argentino, español, peruano, etc. La rabia es la misma. La catalogación del otro, sea por sus ideas políticas, religiosas o futbolísticas, se reduce al insulto, al menosprecio, a la descalificación. ¿No será tiempo de que los medios de comunicación reflexionemos sobre nuestra parte de culpa?
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