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Jaime Bayly: Harry Styles durmió en mi cama

Jaime Bayly: Harry Styles durmió en mi cama

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Después de pasar unos días felices en Santiago, los Barclays volvían a casa en Miami. Era un domingo a las diez de la noche. El chofer del hotel los dejó media hora más tarde en el aeropuerto. Tras pasar los controles migratorios, se instalaron en el salón de espera de la aerolínea chilena. Entonces Silvia Barclays le dijo a su esposo:
-He olvidado mi cartera en el hotel.
Barclays se sobresaltó como si le hubiesen dado una descarga eléctrica en la bolsa testicular.
-¿Y recién ahora te das cuenta?
-Sí -respondió Silvia.
-¿Qué tienes en la cartera? -preguntó Barclays.
-Mis tarjetas de crédito -dijo Silvia-. Mi licencia de conducir. Plata en efectivo.
-¡Qué desastre! -se impacientó Barclays.
Silvia no había olvidado su pasaporte en la cartera porque, cuando viajaba con su esposo y su hija Sol, era él quien llevaba siempre los tres pasaportes, dado que ella se había hecho fama de distraída y olvidadiza.
De inmediato Barclays se abocó a la urgente tarea de rescatar la cartera de su esposa antes de que despegara el vuelo a Miami. Tenía una hora y media para quedar como un superhéroe ante ella. Llamó al hotel. Encontraron la cartera en la suite 1403 que Silvia había ocupado con su hija. Encontraron, además, una chaqueta negra de Silvia y unos anteojos oscuros también de ella. Barclays pidió que enviasen todo de inmediato al aeropuerto. Entretanto, habló con las señoritas uniformadas de servicios especiales de la aerolínea chilena, todas amables y encantadoras, les explicó el problema y les rogó ayuda. Todo parecía alineado para que la cartera llegase al aeropuerto en media hora. Sin embargo, desde la recepción del hotel le dieron por teléfono una mala noticia:
-Señor Barclays, por ser domingo, no tenemos un auto disponible para enviarle las pertenencias de su esposa.
Barclays dio un respingo y sugirió:
-Entonces llamen a un taxi normal y nos mandan la cartera con el chofer.
Diez minutos después, la conserjería del hotel llamó a Barclays y le dijo:
-Señor, hemos tratado de llamar un taxi, pero no hay nada disponible.
-Entonces salgan y paren un taxi en la calle -rogó Barclays.
-Imposible, señor. No podemos hacer eso. Es muy arriesgado. Se van a robar la cartera de su esposa.
Ofuscado, Barclays le dijo a Silvia:
-No pueden mandar tus cosas.
-Entonces voy a recogerlas -dijo ella.
-Pero no vas a llegar -calculó Barclays, mirando su reloj-. Vas a perder el vuelo. Despegamos en una hora.
-Confía en mí -dijo Silvia-. Te aseguro que llego a tiempo.
Le dio un beso rápido a su esposo, otro a su hija y salió corriendo, literalmente corriendo, a tomar un taxi que la llevase al hotel.
-No va a llegar a tiempo -pensó Barclays-. Si se demora, quizás las chicas de servicios especiales la esperen.
Los minutos siguientes fueron una agonía para Barclays y su hija Sol. Al día siguiente, ella tenía clases en el colegio y él debía salir en su programa de televisión. No podían perder el vuelo. ¿Llegaría Silvia a tiempo con sus cosas recuperadas?
-Cómo no se dio cuenta al salir del hotel de que le faltaban la cartera y el abrigo negro -se lamentaba Barclays, en silencio.
Las chicas de servicios especiales le dijeron que, como los Barclays viajaban sin maletas pesadas, solo con maletines de mano, podían esperar unos diez o quince minutos adicionales a Silvia.
Pero Silvia Barclays tardaba en reaparecer y no respondía las llamadas desesperadas de su esposo.
Barclays y su hija Sol abordaron el 787 y ocuparon sus asientos.
Las chicas de servicios especiales les prometieron que esperarían a Silvia de todos modos:
-No vamos a despegar sin ella, no se preocupen.
Cuando todos los pasajeros habían ocupado sus asientos, Silvia llamó a Barclays y le dijo:
-Había un tráfico horrible en el túnel. Habían atropellado a una moto. Perdí la señal. Recién llego al hotel.
-No puede ser -se inquietó Barclays-. No sé si el piloto va a esperarte media hora.
-Mejor me quedo, mi amor -dijo Silvia-. Ya no llego. Viajen tranquilos. Yo tomo el vuelo mañana.
-No, no -dijo Barclays-. Déjame hablar con las chicas de servicios especiales.
De inmediato preguntó si podían esperar a Silvia media hora más.
-Imposible, señor -le dijeron-. Que su esposa viaje mañana. No le cobraremos por el cambio de vuelo.
Barclays volvió al teléfono:
-Dicen que no pueden esperarte media hora más.
-No pasa nada, mi amor -dijo Silvia-. Me quedo tranquila y viajo mañana.
Cortaron. La niña Sol rompió a llorar porque su madre no viajaría a su lado. Tras despegar, se quedó dormida. Fiel a su costumbre, Barclays vio una película tras otra. Llegando a Miami, dejó a la niña en el colegio, condujo a su casa y durmió toda la mañana. Al despertar, llamó a su esposa, que seguía en Santiago.
-¡Buenas noticias, mi amor! -dijo ella, en tono sorprendentemente risueño.
-¿Qué pasó? -preguntó Barclays, medio dormido.
-¿Sabes quién está en la suite presidencial donde tú dormías? -dijo Silvia-. ¿Sabes quién está en la suite al lado de la mía?
Barclays había dormido en la suite presidencial del piso catorce del hotel Ritz, la 1401, y su esposa y su hija en la suite de al lado, la 1403, que se conectaba interiormente con la suya.
-Ni idea -dijo él-. ¿Quién?
-¡Harry Styles! -gritó Silvia, turbada como una adolescente-. ¡Harry Styles está durmiendo en tu cama! ¡Harry Styles está durmiendo a unos pasos de mi cama! ¡No lo puedo creer!
Antes de viajar a Santiago, ya Silvia estaba obsesionada con Harry Styles. En el vuelo de ocho horas desde Miami, había visto dos películas en las que él actuaba: “My Policeman” y “Don’t Worry, Darling”. Estaba fascinada con él, enamorada de él, poseída por él y su arte, alocada como una quinceañera por él. Por eso, meses atrás, estando en Londres, quiso asistir a un concierto de Harry Styles, y se lo pidió a su esposo, pero Barclays se negó, contrariado:
-Acabamos de ir al concierto de Billie Eilish. Me ha costado una fortuna. No vamos a ir al concierto de Harry Styles. Lo siento, mi amor. Sabes que yo sufro en los conciertos.
Silvia se quedó con las ganas de ver en vivo y en directo, y en Londres nada menos, al gran amor de su vida. ¡Y ahora Harry Styles estaba durmiendo en la suite de al lado!
Barclays pensó maliciosamente, ató cabos y le preguntó a su esposa:
-¿Sabías que Harry Styles llegaría hoy lunes a Santiago?
-Sí, mi amor -respondió ella.
-¿Y dará un concierto allá?
-Sí, mi amor.
Hubo un silencio en el que Barclays trató de adivinar el juego de su esposa.
-Vas a ir al concierto, ¿no?
-Sí, mi amor. Ya estoy acá. No puedo perdérmelo.
De nuevo, se instaló un silencio inquietante.
-Dejaste la cartera en el hotel a propósito para perder el vuelo, ¿no es verdad? -preguntó él.
-No, mi amor -respondió ella-. Fue un accidente. Te juro que no la dejé a propósito.
-No te creo -dijo él.
Siguió atando cabos, en silencio.
-¿Sabías que Harry Styles se alojaría en el Ritz, en la suite donde yo estaba? -preguntó él.
-Te juro que no sabía, mi amor -dijo ella-. Te juro que me olvidé la cartera de verdad. Te juro que no sabía que Harry Styles dormiría en tu cama.
-Bueno fuera que durmiera en mi cama -dijo él, en tono irónico.
Pero no le creyó a su esposa. Pensó:
-Dejó la cartera para perder el vuelo. Sabía que Harry Styles se quedaría en el Ritz. Alguien del hotel se lo dijo. Porque Silvia sabe el calendario de conciertos de Harry Styles. Sabía que estaba por llegar a Santiago. No me dijo para quedarnos los tres porque sabía que le diría que no. Por eso se olvidó la cartera.
Barclays decidió relajarse, reírse de las circunstancias, alegrarse por su esposa. No tenía sentido molestarse y pelear. Ya Silvia estaba allá, ya había recuperado su cartera, ya estaba durmiendo cerca de Harry Styles. Era mejor tomarlo con humor. Por eso le dijo:
-¿Ya lo conociste?
-No -dijo Silvia-. Todavía no. Pero estoy en la piscina del piso quince, esperando a que suba.
-Suerte -le dijo Barclays-. Parece buena onda. Si lo ves, convérsale, pero no le pidas fotos.
Años atrás, cuando Silvia estaba obsesionada con Justin Bieber como ahora se encontraba afiebrada por Harry Styles, ella y Barclays estaban cenando en un restaurante italiano de Beverly Hills cuando entró Bieber con un guardaespaldas. Silvia le sonrió, pero tuvo el buen tino de no pedirle una foto. Luego volvió a encontrárselo en la piscina del hotel, pero tampoco lo incordió pidiéndole una foto. Gracias a su prudencia, conversaron brevemente en tono risueño.
-¿Irás al concierto de Harry? -preguntó Barclays.
-Claro, ni loca me lo pierdo -dijo Silvia.
Barclays rio de buena gana y dijo:
-Me parece increíble que esté durmiendo en la cama donde yo dormí.
-¡Y mi suite está al ladito de la suya! -se emocionó Silvia.
-Si lo ves y te tira onda y quieres tener un revolcón con él, tienes mis bendiciones -dijo Barclays.
Le dolía que su esposa pudiera acostarse con el músico y actor británico, pero no estaba dispuesto a confesarlo.
Horas más tarde, Silvia le escribió varios mensajes. Había estado con Harry en la piscina, en el gimnasio. Habían conversado. Ella le había dicho que estaba en la suite de al lado. Harry la había invitado al concierto.
-Es súper buena onda -le dijo Silvia a su esposo-. No es nada creído. Es un divino. Y no es verdad que está medio calvo. Le vi el pelo de cerca. No tiene peluca.
Barclays sonrió resignado y se dijo a sí mismo:
-Pasará lo que tenga que pasar. Si se acuesta con Harry Styles, al menos tendré un cuento divertido.
A medianoche, después de hacer su programa, Barclays recibió un mensaje de su esposa:
-Estoy con Harry en la suite presidencial. No te preocupes, no estamos solos, estamos con varios músicos, todos divinos.
Barclays no respondió.
-Estoy derrotado -se dijo a sí mismo-. Harry Styles se va a coger a mi esposa esta misma noche -pensó, abatido-. Solo espero que ella no me deje, que no se vaya a vivir con él.
Barclays era orgulloso y no estaba dispuesto a mostrar su dolor. Tomó sus pastillas. Esperó el sueño redentor. De pronto sonó su celular. Era Silvia, enviándole una grabación. Apareció Harry Styles, mandándole saludos a “Mr. James Barclays”, diciéndole que su esposa era todo un encanto:
-Tienes mucha suerte de tener a Silvia en tu vida, James -le dijo Harry Styles.
-Es un chico lindo -pensó Barclays-. Puedo entender que Silvia lo ame con pasión. Si se acuestan, será el destino. No debo molestarme ni ponerme celoso. Yo también me acostaría con Harry Styles.
Al día siguiente, Silvia fue al concierto y quedó extasiada. Por lo visto, no tenía prisa por volver a su casa en Miami. Su esposo le preguntó si se había acostado con el músico y actor.
-No -dijo ella-. Solo nos dimos un besito de amigos.
¿Puedes creerlo, mi amor? ¡Harry Styles me dio un besito!
-Bien por ti, preciosa -le dijo Barclays-. Lo mereces. Eres una diosa.
Pero no le creyó del todo. Sangrando desde la herida del orgullo, pensó:
-Seguro que han cogido toda la noche en la puta cama presidencial.
Luego se dijo a sí mismo:
-Don’t worry, darling.

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