Para una ciudadanía que se enfrenta a problemas como la inseguridad y el crimen organizado, el autoritarismo y las opciones radicales parecen ofrecer respuestas rápidas y efectivas. Esta “seducción autoritaria u oportunista” promete orden y control o supuestas reivindicaciones populares, elementos que, en situaciones de caos, se vuelven irresistibles para muchos.
Sin embargo, es esencial recordar que una democracia no está condenada a ser débil. Los gobiernos democráticos también pueden ejercer autoridad, y existen ejemplos de países que han enfrentado de manera decidida problemas graves sin abandonar sus valores democráticos. Por ejemplo, Italia logró limitar la influencia de la mafia en los años 90 con un fuerte sistema judicial y un respaldo ciudadano activo. Asimismo, ciudades como Nueva York enfrentaron el crimen urbano mediante políticas de prevención de delitos y el fortalecimiento de la seguridad pública con tolerancia cero. Son referencias, no son modelos perfectos y tienen sus detractores, pero es imposible “hacer tortillas sin romper huevos”, luego se podrá ir evaluando las medidas y corrigiendo los errores.
No obstante, resulta más que evidente que necesitamos reformas profundas en los tres poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Pero, se requiere una mirada autocrítica conjunta, sin apuntar el dedo para otro lado buscando a los culpables, para entender que, más allá de la política, la tarea de los próximos gobiernos debe centrarse en una reconstrucción institucional urgente. Esto implica un compromiso con la verdadera vocación de servicio público, donde la meritocracia, el ejercicio de la justicia y la promulgación de leyes se orienten a mejorar el bienestar del país. No se trata de acumular normas sin sentido o para cumplir cuotas o favorecer a grupos, sino de crear un marco regulatorio útil, coherente y fácil de aplicar, que elimine la maraña de disposiciones que solo generan confusión, abren espacio para la corrupción y estancan el desarrollo.
Necesitamos un Estado más práctico y eficiente, que facilite el desarrollo de actividades productivas y dé prioridad a la seguridad, la salud y la educación. Pero, este modelo de Estado exige el concurso de los peruanos comprometidos y que aman al Perú, propiciando un debate abierto, sin trincheras, ni cancelaciones. Fortalecer la democracia desde sus cimientos, reconstruyendo instituciones sólidas que respondan a las verdaderas necesidades de los ciudadanos, es nuestra tarea más heroica en este momento. Solo así evitaremos que el autoritarismo y el radicalismo oportunista se conviertan en un refugio ante el caos en que vivimos ahora.