Estados Unidos atraviesa por uno de los periodos más difíciles de su historia. La polarización por la que atraviesa viene acompañada de irresponsabilidad y ceguera por parte de líderes políticos de los partidos Demócrata y Republicano.
Donald Trump ha remecido la política estadounidense desde el anuncio de su candidatura en 2015. Al inicio, muchos se burlaban de él y de sus propuestas, pensando que ni siquiera sería nominado candidato republicano, ni mucho menos elegido presidente.
El expresidente ha mantenido una actitud reprochable no solo por sus comentarios, sino por sus acciones como la toma del Capitolio de 2021. Además, ha pervertido la institucionalidad del partido de grandes presidentes como Lincoln y Reagan. Sin embargo, cabe cuestionarse cómo logró ser nominado, ser presidente y vuelto a nominar cuatro años después.
El discurso de Trump, dejando de lado las formas, es la voz de ciudadanos que fueron relegados por ambos partidos. El magnate puso en discusión cuestiones básicas de las que ningún político quería hablar por ser casi pecado cuestionarlas.
El Partido Demócrata primero priorizó el tema racial con fines políticos; después, la prioridad fue el género, el feminismo, la comunidad LGTBI o el cambio climático, asuntos que son importantes, pero que no pueden ser usados como única brújula para gobernar, como si no hubiese otros asuntos más urgentes para los ciudadanos. Pero quienes cuestionaban las políticas aplicadas en estas áreas, eran tildados de homofóbicos, machistas, xenófobos o negacionistas. Es así cómo un enorme porcentaje de ciudadanos fue silenciado y censurado, mientras que sus problemas o su percepción sobre estos aumentaban.
Trump no es una enfermedad, es el síntoma de una sociedad con políticos desconectados de esta. Por ello, estos líderes toscos, apolíticos, con discursos políticos, surgen en todas partes, pero sobre todo en el primer mundo. En estos países, los temas prioritarios para el establishment político ya no son la economía, la salud, la educación… sino el género, la migración, el ambiente y el feminismo, invisibilizando otros problemas más urgentes.
Por ello, se debe dejar de ridiculizar a los votantes de Trump, Vox, u otros partidos que se pretenden censurar e invisibilizar. Porque estos líderes y partidos no han “polarizado” a la sociedad, sino que han canalizado una polarización ignorada por foros y gobiernos progresistas. Esto no significa que no se deban condenar posturas que alienten la violencia, sino en incorporar en la discusión política los problemas y preocupaciones de estos sectores para atraerlos hacia la moderación. De no hacerlo, se continuará empujando a ciudadanos hacia los extremos.
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