Antauro Humala ya no podrá ser candidato presidencial. Hace pocos días, la Corte Suprema ordenó la disolución de su partido político y la anulación de su inscripción en el registro de organizaciones políticas.
Muchos, y con bastante razón, celebraron. La democracia debe utilizar todos los recursos institucionales con los que cuenta para protegerse. Eso es válido y debería ser respaldado por todos, pero no es suficiente.
El problema, sin embargo, es que para muchos el cuco Antauro ya dejó de ser una preocupación con miras a las elecciones de 2026. Un grave error. Quienes creen que con la disolución de su partido se acabó Antauro están muy equivocados.
Antauro Humala no vale por Antauro, sino por lo que representa. Confeso antisistema, xenófobo y ultranacionalista, tanto que muchos analistas consideran su pensamiento político muy cercano al nazismo, encarna lo que buscan un grueso de votantes hartos de la clase política actual: hacer volar por los aires la democracia. A eso se suman, claro está, esos grupos dedicados a la minería ilegal, el contrabando y todas las economías perversas que operan al margen de la ley.
Que Antauro ya no pueda ser candidato presidencial, además, no significa que vaya a desaparecer de la escena política y que su discurso pase al olvido; menos aún, que de aquí a las elecciones no aparezca otro candidato antisistema que cubra ese espacio. El voto y el hartazgo de la gente no se soluciona con una sentencia judicial.
El escenario para combatir y derrotar ese discurso es la propia política, pero eso está muy lejos de ser una realidad con los partidos actuales, mayoritariamente corruptos y que solo miran por sus propios intereses.
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