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Luis Davelouis: Pequeña corrupción
“Hay un pequeño margen que nos damos para ser deshonestos o corruptos antes de percibirnos a nosotros mismos como perdóneseme la redundancia deshonestos o corruptos”.
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En su libro La (honesta) verdad sobre la deshonestidad, el profesor Dan Ariely de la universidad de Duke, EE.UU., explica que el impacto que tienen las pequeñas decisiones cotidianas de los ciudadanos sobre la realidad hace empequeñecer hasta la insignificancia a las grandes decisiones de aquellos que están en el poder. Lo mismo pasa con la corrupción: el costo para el fisco de los ingresos no declarados por ciudadanos independientes y pequeñas empresas es gigantesco comparado con los perpetrados por los listados en los Panamá Papers.
Esto, que parece obvio, deja de serlo para la mayoría cuando coimeamos a un policía, nos pasamos una luz roja, nos "olvidamos" de pedir recibo si con eso nos pueden cobrar menos o pedimos factura por las compras en Wong o el almuerzo en Chili's para descontarlos de impuestos.
Hay un pequeño margen que nos damos para ser deshonestos o corruptos antes de percibirnos a nosotros mismos como –perdóneseme la redundancia– deshonestos o corruptos. Esto puede depender de si es que nos están mirando, de cuántos lo hacen y cuán seguido, de cuál es la posibilidad de salirnos con la nuestra impunemente o de si consideramos que la causa por la que nos portamos mal es legítima; entre otras muchas maneras de racionalizar –justificar– nuestras pequeñas inconductas.
Porque no hablamos de delincuentes que actúan con premeditación, alevosía y dolo, sino de gente común que, enfrentada al dilema de actuar de manera correcta o incorrecta, elige la segunda porque es más rentable y "no hace daño a nadie". Todos los funcionarios del Estado son gente común como usted o yo. ¿Podemos exigirles que se comporten por defecto como nosotros mismos no somos capaces de comportarnos?
Mañana seguimos.
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