En una tira de Mafalda, Quino presenta a la niña preguntándose por qué una mujer no puede ser presidente. Entonces vemos lo que ella imagina: una adulta sentada ante un escritorio leyendo un documento con un membrete de “secreto de Estado”, la mandataria intenta controlarse, pero no puede y llama por teléfono a una amiga para contarle el chisme. En la última viñeta Mafalda acepta con amargura que lo que imaginó es la explicación. ¿Quino misógino, Quino reaccionario? Es difícil de aceptar, pero esa tira cómica existe.
MIRA: Rimbaud, rebelde y desertor
Pablo Neruda es el autor magistral de Residencia en la Tierra, pero también del poema “Procesión en Lima”: “Chalecos morados, zapatos / morados, sombreros / llenaban de manchas violetas / las avenidas como un río / de enfermedades pustulosas / que desembocaba en los vidrios / inútiles de la catedral (…) Y todo el Perú se golpeaba el pecho (…)” (Canto general, V). Ubicados inmediatamente después del poema “Los burdeles”, los versos citados quieren retratar uno de los mayores males, según Neruda, del Perú y de América Latina. Como el número tres goza de prestigio y parece prometer un orden suficiente, haremos referencia a una de las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro. El autor, que no debe ser confundido aquí con un personaje, condena la unión sexual de un hombre y una mujer muy gordos. En el prólogo Abelardo Oquendo señala, aunque está muy claro en el texto, que esa reprobación no es de naturaleza moral, sino estética. Cabría preguntarse si Ribeyro era él mismo un varón apolíneo.
Quino, Neruda y Ribeyro tienen derecho de escribir lo que prefieran. Lo curioso, lo incoherente, es que los tres suelen ser citados como artistas comprometidos con un ideal ético respetuoso y solidario. Al menos dos de ellos actuaron de forma cuestionable más allá de la literatura. Vemos en El pez en el agua la hipocresía de Ribeyro, que satanizaba públicamente a Vargas Llosa y le enviaba mensajes muy distintos en privado. Neruda, por su parte, violó a una mujer y abandonó a su hija, que sufría de hidrocefalia. Y en el plano literario incurrió en una “Oda a Stalin”, genocida cuyas víctimas se cuentan por millones. Todo esto, desde luego, no invalida la ética progresista, pero nos indica que sus seguidores tal vez deberían ser más realistas y no idealizar a sus héroes culturales. No es necesario recordar que lo mismo se puede decir de la derecha.
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