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Una noche tensa

Julián llega a su casa a medianoche y encuentra la puerta abierta. No es una buena señal. Apenas pone el pie en la cocina, oye el llanto a gritos de su hija. Es un llanto de angustia desesperado. Llora como si algo le doliera terriblemente, como pidiendo ayuda. Julián se saca los zapatos, sube las escaleras corriendo y entra al cuarto de su hija.

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Jaime Bayly,Un hombre en la lunahttp://goo.gl/jeHNR

Qué tiene, pregunta. No sabemos, dice Silvina, la madre de la niña. Deben ser pesadillas, dice Mercedes, la señora que cuida a la niña por las noches. La niña ve a su padre y sigue llorando. Tiene los ojos hinchados, la mirada asustada. Llora con rabia, como si quisiera no estar allí, no ser ella, como si esa circunstancia le fastidiara tremendamente. Julián abre los brazos y se ofrece a cargarla pero la niña prefiere quedarse en brazos de Mercedes. Hay que distraerla, prendamos la tele, dice Julián. No conviene, es muy tarde, dice Mercedes. Silvina enciende el televisor, la niña deja de llorar. Mercedes se sienta en el piso, la niña se apoya sobre ella y se queda mirando unos animales amables que aparecen en la pantalla. Silvina trata de echar a la niña en la cama, la niña protesta a gritos y exige quedarse reclinada sobre el cuerpo cálido y amoroso de Mercedes, que siente el cariño de la niña y dice: Ni modo, me tiene de sofá.

Julián baja a la cocina, Silvina lo sigue. ¿Por qué crees que está así?, pregunta él, todavía tenso, preocupado de que sea algo serio y tengan que ir al hospital. Seguramente ha tenido un mal sueño, dice ella. De pronto la niña llora de nuevo. Suben corriendo. Mercedes ha apagado el televisor, la niña pide a gritos que lo prendan, que prendan las luces, Julián la obedece, prende la luz del cuarto, prende el televisor, la niña se calma. No se va a dormir así, dice Mercedes. No importa, dice Julián, que vea televisión toda la noche, pero que no llore, que esté tranquila. Claro, para usted es muy fácil decir eso porque yo soy la que duerme con ella, quizás piensa Mercedes, pero no lo dice y quizás ni siquiera lo piensa. Julián siente culpa por ser un padre tan inepto pero no podría pasar una sola noche a solas con la niña. Piensa: Silvina no puede dormir con ella, yo no puedo dormir con ella, una mujer mayor tiene que dormir con ella, ¿en qué estábamos pensando cuando nos propusimos tener una hija, si ninguno de los dos está en condiciones de cuidarla durante la noche?

De regreso en la cocina, Julián le pregunta a Silvina: ¿Ha dormido la siesta? No, responde ella. Julián se enfurece: por eso está así, está extenuada, está estresada, llora de puro cansancio. Silvina dice: Yo la dejé echada en su cama a las tres de la tarde pero no quiso dormirse con Irma. Irma es una mujer paciente y amorosa que cuida a la niña durante el día, mientras Mercedes descansa. No es culpa de Irma, es culpa de nosotros que no la echamos a dormir la siesta cuando regresa del colegio, dice Julián. Silvina discrepa: Yo la recojo todas las tardes del colegio, la traigo a la casa, le doy de comer y la echo a dormir, pero a veces no le provoca dormir, ¿cómo quieres que la obligue a dormir la siesta? No quiero que la obligues, dice Julián, impacientándose, quiero que tú estés con ella de dos a tres de la tarde, si tú estás con ella te aseguro que va a dormir la siesta. A las dos viene Lily, dice Silvina. Lily es la sicóloga de la niña, Julián no la conoce, recela de ella porque sus honorarios no le parecen poca cosa. ¡Ese es el problema, Lily es el problema!, se agita Julián. ¿Por qué dices que Lily es el problema? Nuestra hija está mucho mejor gracias a Lily, ha hecho grandes progresos con Lily. ¡La poronga!, grita Julián. ¡La poronga ciega que Lily ha hecho grandes progresos en nuestra hija! ¡La que ha hecho grandes progresos es Lily robándole a nuestra hija la hora en que debería dormir la siesta! Silvina mira a Julián con estupor y quizás piensa: No puedo creer que todos los problemas de la humanidad los expliques en base a tu ridícula teoría de que esa persona no ha dormido lo suficiente, no puede ser que le eches la culpa a Lily de que nuestra hija se despierte llorando a medianoche, ¡qué carajos tiene Lily que ver con nada! Pero Julián, testarudo, argumenta: ¡La niña va al colegio de ocho a una y media de la tarde! ¡Son cinco horas y media en las que tiene que estar fuera de su casa, tolerando la autoridad de unas personas extrañas a su familia, acatando las reglas que otros le imponen! ¡Cinco horas y media! Y llega a su casa seguramente exhausta, estresada, harta de tantas profesoras, ¿y qué le espera? ¡Una hora más con la profesora Lily de los cojones! ¿Y qué hacen? Lily se la lleva a caminar una hora, ¡una hora caminando bajo el sol inclemente de esta ciudad! ¡Cómo no va a estar estresada nuestra hija! ¡Ni tú ni yo aguantaríamos cinco horas seguidas de clases y le exigimos eso a nuestra hija de dos años! ¡Es absurdo! ¡Y además es carísimo!

De pronto suena el celular de Silvina. Contesta. Es Lily. No puede ser, esta Lily es bruja o pitonisa, piensa Julián. No te preocupes, gracias por avisarme, dice Silvina. Cuelga. Dice Lily que mañana no va a poder venir porque su mamá está en el hospital, dice Silvina. ¡Fantástico, mucho mejor, que no venga!, dice Julián. ¿Qué quieres, que despida a Lily? No, no quiero eso, quiero que le digas a Lily que venga a las cuatro de la tarde, cuando nuestra hija ya durmió la siesta. A las cuatro Lily no puede, dice ella. Entonces que se joda, que no venga, que deje en paz a nuestra hija, dice él. ¿Tú tenías sicóloga a los dos años? ¿Tú crees que yo tenía sicólogo a los dos años? ¿No te parece absurdo que después del colegio nuestra hija tenga clases de esto y lo otro? Give me a fucking break: ¡tiene dos años! A los dos años yo estaba metido en una cuna viendo cómo mis dos hermanitas se jalaban las mechas ¡y nadie iba al colegio ni tenía sicóloga de los cojones! Sí, claro, y por eso los tres ahora están locos, dice Silvina, y Julián piensa: es cierto, los tres estamos locos, los tres deberíamos contratar a Lily pero somos demasiado orgullosos para reconocer que estamos locos y dejamos que nuestra locura se desborde como si ese desborde fuese arte y tuviese alguna forma de belleza incomprendida. ¿Tú crees que debería volver al siquiatra?, pregunta Julián. Silvina no responde, abre la refrigeradora, se sirve un vaso de vino helado canadiense. Julián se sirve un vaso de vino y piensa: no importa, seré alcohólico como mi padre, necesito calmar los nervios.

Más tarde Julián y Silvina se hunden en un colchón al que llaman afectuosamente El Titanic. La niña y Mercedes duermen con la puerta cerrada. Con extrema delicadeza, Julián y Silvina hacen el amor. Extrañamente les interesa imaginar que La Flaca hace el amor con los dos. Julián conoce a La Flaca gracias a Silvina y piensa en ella, en ambas antes de venirse. Silvina fue amante de La Flaca y piensa en ella y la nombra antes de venirse. Luego hay un silencio y la casa está en paz y nadie quiere realmente que La Flaca esté allí echada en el Titanic, solo fue una ocurrencia del momento.

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