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País sin pantalones
"Esta forma mezquina, traicionera y nauseabunda es un émulo de cómo los peruanos nos hemos portado frente a los abusos que sistemáticamente han sufrido nuestros uniformados".
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El suboficial Elvis Miranda egresó el año pasado de la escuela técnica de la Policía. Juró proteger la vida de los ciudadanos de este país ingrato y se vistió desde ese día con el uniforme de la patria para mantener la vigencia de nuestras leyes.
Miranda tiene 24 años, una hija y, además de ser policía, tenía pensado empezar pronto estudios en Derecho para complementar su formación. El suboficial Miranda también es hermano mayor de un joven que como él y con su ayuda logró graduarse como suboficial de nuestra Policía.
Durante una intervención policial en el distrito de Castilla, en Piura, Miranda ordenó a Juan Carlos Ramírez Chocán, desertor del Ejército del Perú de 20 años de edad y ya con antecedentes por robo, que se detenga luego de un incidente delictivo en el que presuntamente este habría participado. Ramírez desobedeció la orden del suboficial, quien, en plena persecución, hizo uso de su arma de fuego y acabó con la vida de Ramírez.
Hoy, Miranda ha iniciado la purga de siete meses de prisión preventiva por haber asesinado al supuesto ladrón.
La Policía, sus colegas, el ministro del Interior y un nutrido grupo de líderes de opinión se han enfilado en la larguísima cola de asombro por el suceso de una de esas cosas que solo pueden pasar en un país tan cobarde como este.
Un país que encierra a un joven policía por defender la integridad de la zona en la que presta servicio de manera eficiente y que ejerce con corrección el monopolio de la violencia que el Estado le confiere a nuestra policía. Lo que yo quiero saber es cuánto va a durar la indignación. ¿Hasta cuándo vamos a fruncir el ceño?
Porque mañana aparece un nuevo audio o revienta otro chanchullo de esos a los que andamos ya acostumbrados y, como solemos hacer en este país, a otra cosa mariposa. Y a la mierda con la vida, la carrera y el futuro de un joven suboficial que debería haber recibido una medalla en lugar de una medida cautelar putiliendre que solo pone en evidencia lo poco que nos importa la vida de las personas que dedican sus días y noches a que nuestra paz sea, al menos, una expectativa. ¿Qué clase de país es ese que no defiende a quienes lo cuidan?
Ahora: esta historia de nuevo solo tiene a los personajes. Esta forma mezquina, traicionera y nauseabunda es un émulo de cómo los peruanos nos hemos portado frente a los abusos que sistemáticamente han sufrido nuestros uniformados en los últimos años. Que Miranda sepa que no está solo. Estoy seguro de que mucho más de lo que estos buitres de la falsa justicia creen. ¡Honor y gloria a nuestros uniformados!
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