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Contexto de un ataque (II)
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La semana pasada explicamos la “guerra fría” religiosa–ideológica entre las dos potencias que representan a las principales ramas del islam y que buscan expandir su área de influencia en el Medio Oriente: la monarquía islámica sunita de Arabia Saudita y la República Islámica de Irán. Bajo este contexto ocurre el conflicto del Yemen, desde donde hace unos días el grupo islamista radical chiita, Al-Houti, se adjudicó el ataque a instalaciones petroleras sauditas. Sin embargo, Irán está directa o indirectamente involucrado en ese ataque.
Yemen está sumido en una guerra civil desde 2004, pero es a partir de 2015 que el conflicto se agravó con sus múltiples protagonistas: los Houtis, apoyados por Irán; los grupos sunitas radicales Al Qaeda en la Península Arábiga y el Estado Islámico; las fuerzas leales al derrocado dictador Saleh, derrocado durante la Primavera Árabe de 2012, y el ejército del gobierno provisional, liderado por el general Al–Hadi, reconocido por la ONU y que solo controla una región en los alrededores de la ciudad portuaria de Adén.
Cuando la guerrilla Al-Houti se expandió y conquistó la capital del país, Saná, Irán se involucró en el conflicto, enviando armas, asesores y tropas de su guardia revolucionaria. En respuesta a esa acción, Arabia Saudita formó una coalición con las monarquías árabes del Golfo Pérsico y, con ayuda de Estados Unidos, han conducido frecuentes bombardeos para derrotarlos.
Entre las espantosas masacres ocasionadas por los bombardeos sauditas y la intervención iraní en Yemen, este país se va desgarrando en la peor crisis humanitaria de la actualidad, y se expande el conflicto sunita–chiita hacia Arabia Saudita, con el petróleo como factor agregado a una guerra cada vez más explosiva.
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