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(Opinión) Ariel Segal: Otoño en Túnez
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El país en donde comenzó la Primavera Árabe, cuando miles de ciudadanos tomaron las calles hasta lograr el derrocamiento del dictador Ben Alí, Túnez, se convirtió en la única nación del mundo árabe que no solo logró una transición a la democracia (cuestión que duró muy poco en Egipto), sino también consolidó instituciones estables evitando guerras civiles (como Siria y Libia) o conformarse con pequeñas reformas cortoplacistas, como hicieron otros gobiernos árabes.
No es poco lo que se logró en Túnez, en que desde 2011 ha habido gobiernos de coalición entre partidos laicos y el partido islámico moderado Ennahda luego de que una asamblea de transición redactara la Constitución democrática que se respetó durante una década. En 2019 el jurista y académico Kais Said ganó las elecciones con un partido político independiente prometiendo lo mismo que sus antecesores: mejorar las condiciones de vida de la mayor parte de la población, trabajo en un país con un alto índice de desempleo, controlar la corrupción y abuso de poder por parte de las élites políticas y económicas.
El 23 de julio pasado, Said suspendió “por 30 días” la actividad del Parlamento invocando el artículo 80 de la Constitución tunecina que permite tomar medidas excepcionales en caso de peligro inminente para las instituciones del país. Aprovechando la crisis sanitaria del COVID-19 que ha golpeado a Túnez más que a la mayoría de naciones africanas y, gracias a cierta popularidad de la que goza, además de tener el apoyo del Ejército, Said prolongó el cierre del Congreso y está gobernando por decreto.
Es triste ver que, 10 años después de las celebraciones del derrocamiento de un largo régimen dictatorial, ahora miles de tunecinos celebren un autogolpe.
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