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Tortura, asesinato e hipocresía
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La manera terrorífica como el régimen saudí envió matones a torturar y desmembrar en vida el cuerpo del periodista disidente en el exilio Jamal Khashoggi, en el consulado del país árabe en Estambul, acaparó la atención mediática mundial y causó críticas contra el heredero al trono de la monarquía saudí, Mohamed Bin Salman (MBS), por aprobar semejante operación mercenaria. Hasta ahora MBS había recibido elogios de Occidente por modernizar la economía y liberalizar en algo las leyes islámicas de su país, aunque las violaciones de derechos humanos (DD.HH.), incluyendo torturas y penas de muerte, siguen siendo numerosas.
Por supuesto, el dictador turco Erdogan (más sofisticado en su forma de perpetuarse en el poder) no quiso perder la oportunidad para presentarse como un gran defensor de los DD.HH., criticando al régimen saudí, y exigió que se extraditara a los asesinos para ser procesados en su país, cuando el crimen se cometió en “territorio saudí” porque fue en el consulado del país árabe. El presidente turco, acusado por un informe de la ONU de 2018 de “graves” violaciones de los derechos de “cientos de miles de personas”, entre ellos “la tortura y maltrato en detención, palizas, agresiones sexuales, descargas eléctricas y simulacros de ahogamiento…”, se presenta ahora como un paladín de la justicia internacional.
Otros regímenes tiránicos rivales al saudí que torturan y asesinan, como Irán y Siria, se preocupan también por los DD.HH. de quienes no son sus ciudadanos y, en el mundo, con hipocresía, la mayoría de las democracias habla de sanciones al país petrolero. Pero pronto se olvidarán de Khashoggi, así como lo hacen con miles de víctimas que otros gobiernos niegan torturar o anuncian que se “suicidan” en los servicios de seguridad.
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