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Palabras prostituidas
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Los hechos políticos de las últimas semanas han revelado verdaderas definiciones –en versión chicha y hasta lumpenesca– de términos que en otras latitudes tienen una profundidad política que aquí desechamos.
Por ejemplo, el 2018 ha sido nombrado Año del Diálogo y la Reconciliación Nacional, para mayor escarnio. Para nuestra élite política ambos términos están prostituidos. El diálogo se traduce como componenda casi mafiosa para librar culpas y enterrar líos judiciales. La reconciliación significa que las víctimas olviden lo que es justicia. Para colmo, se les ofrece indemnizaciones monetarias en la peor ocasión. La dignidad se reduce a un asunto de mercado y presupuestos públicos.
La institucionalidad es otro término manoseado, que solo sirve para quedar bien ante la tribuna en los encuentros de la élite económica. Cuando se apagan los micrófonos, esos mismos tomadores de decisión recuerdan que el statu quo es funcional a sus intereses mercantiles.
La definición de humanitario alude a la empatía con los más débiles y necesitados. En nuestro país, por el contrario, el adjetivo es usado no para liberar a presos enfermos que finalmente se mueren encerrados, sino para maquillar la liberación de un político con poder. Lo humanitario se ofrece al poderoso y no al necesitado.
Finalmente, esta situación ha llevado a pensar que llamar presidente a Kuczynski es un abuso del lenguaje. Las decisiones tomadas por PPK están más motivadas por salvar su propio pellejo que por representar a fujimoristas o antis.
La consecuencia es su aislamiento y su falta de agencia para sacar adelante alguna reforma en el mediano plazo. La definición de presidente refiere en nuestro contexto a un político sentado en el sillón (curioso que prefiera el de Choquehuanca y no el de Pizarro), pero que no puede y no quiere ejercer el poder. Un testaferro del poder de otros, casi un ex presidente.
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