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El LUM no es un campo de batalla
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No importa que SL y el MRTA hayan sido derrotados hace por lo menos un par de décadas ni que Guzmán lleve cerca de 26 años preso, lo mismo que Polay. Encontrar “cucos” sigue siendo la consigna de quienes no quieren la reflexión, por más que este sea el camino para que los conflictos no se perpetúen.
Un congresista disfrazado y su equipo de sabuesos salen a la caza de supuestos apologistas que imaginan cobijados en el LUM. En su afán critican incluso los pasillos del local porque les parecen “senderos”. Poco les falta para acusar a los arquitectos Barclay & Crousse (premio Niemeyer 2016 por ese edificio) de apología. Esto sería risible si no tuviera consecuencias como la estigmatización de personas y el peligro de hacer desaparecer al LUM como espacio de reconocimiento y aprendizaje, e incluso de consuelo para quienes sufrieron a causa del terrorismo de Sendero, del MRTA o –sí, es innegable– de militares que mancillaron su deber.
El guion del LUM señala la responsabilidad de SL como causante del mayor número de crímenes de ese lapso. Pero esto no borra los abusos del Estado; negarlos sería echar bajo la alfombra una parte de la historia, y esto no le conviene ni al Estado ni a las víctimas ni a sus sobrevivientes; ni siquiera a los perpetradores. No pueden sanarse las heridas que se ocultan.
El LUM es, además, un lugar de profusa labor cultural. Apoyar su labor equivale a pelear por conservar un espacio digno y necesario para el diálogo. Un diálogo entre quienes, al margen de tener vivencias o evaluaciones políticas diferentes, respetan el Estado de derecho, la democracia y la vida en común, y trabajan para que los tiempos de desolación no se repitan.
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