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[OPINIÓN] Andrés Chaves: Sobredosis sintética
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Por intuición, sabemos que nuestras vidas se están volviendo más plásticas. La comida hiper-procesada ha causado el alucinante fenómeno de un planeta con más gente obesa que famélica. El boom del fast-fashion y de la ropa desechable está llenando nuestros suelos, mares (y cuerpos) de micro-plásticos. Las redes sociales nos hacen contar a nuestros contactos y seguidores por miles, pero las amistades genuinas son cada vez más escasas.
Uno pensaría que las sustancias ilegales son ajenas a este proceso de plastificación; después de todo, la cocaína, las metanfetaminas y la heroína ya son bastante tóxicas de por sí. Pero estamos pasando por una nueva era de drogas cada vez más sintéticas, baratas y letales. Para comprender cómo llegamos a este punto, hay que retroceder a la primera tormenta perfecta detonada por una farmacéutica legal y prestigiosa (hasta hace poco): Purdue Pharma.
La empresa fue la productora y promotora del potente opioide OxyContin. A través de una agresiva campaña de marketing y de vendedores de puerta a puerta, Purdue volvió al painkiller en una droga de miles de millones de dólares. Una píldora reservada en los noventa solo para pacientes terminales y casos extremos de dolor se empezó a recetar indiscriminadamente para lesiones leves y operaciones tan rutinarias como cesáreas o la extracción de las muelas del juicio.
En comunidades obreras, susceptibles a dolores crónicos y a los golpes económicos de un mundo globalizado, la ola de adicción fue fulminante. Cuando el consumo compulsivo convirtió a las pastillas en poco potentes y muy caras, grupos ilegales llenaron el vacío con heroína, una droga que, supuestamente, tuvo su apogeo en los setenta y ochenta.
Durante décadas, la causa principal de muertes accidentales en los Estados Unidos fueron los choques e incidentes de tránsito. Pero en el 2015, la sobredosis se llevó el terrible primer puesto por primera vez en la historia con más de 50,000 fallecidos. Esta indigerible crisis se documentó en el excelente libro de Sam Quiñones, “Dreamland”, en el trabajo periodístico de Patrick Radden Keefe, “El Imperio del Dolor”, y hasta en la serie “Dopesick”. En estas narrativas, la parábola de ambición acaba con la caída de los Sackler, la familia billonaria detrás de Purdue Pharma, que pierde su empresa, su reputación y deja tras de sí una devastadora estela de sufrimiento.
Miles de comunidades se empezaron a despertar de una pesadilla inimaginable y, a nivel nacional, la prensa gringa hablaba de la epidemia adictiva, pues para el 2018, uno de cada cinco americanos conocía a alguien que había fallecido de sobredosis. Sin embargo, en el horizonte se estaba formando una nueva tormenta perfecta.
El primer componente fue la pandemia, que afectó a los más vulnerables y los aisló aún más. El segundo fue la avalancha de un opioide sintético: el fentanilo, una droga 50 veces más fuerte que la heroína. La crisis del OxyContin creó el mercado para este letal químico. Pero asombrados por su versatilidad química, su bajísimo costo y una inédita potencia, traficantes empezaron a mezclar fentanilo en todo su portafolio. Ahora es común encontrarlo en lotes de cocaína, heroína, meth y hasta en pastillas bamba, muchas veces mal mezclado, lo que hace que cada hit sea una lotería. Muchas personas lo están consumiendo sin saberlo. Esto explica también el sorpresivo número de celebridades con rastros de fentanilo en sus autopsias: Prince, Tom Petty, Coolio y Mac Miller, por mencionar algunos.
Si bien podría considerarse una mala estrategia comercial crear una droga que mata a su clientela, los productores están haciendo un cálculo sencillo: es daño colateral cubierto de sobra por costos más bajos, su capacidad para generar adictos y la seguridad de tener una red de distribución casi imposible de rastrear. Es el mismo cálculo que hicimos con nuestra comida, ropa y relaciones: es rentable alejarse de materias primas naturales, de las granjas y del campo; no importa si el resultado es un producto inferior, ya que el consumidor lo aceptará en nombre de la conveniencia y precios baratos. La única diferencia es que con las drogas sintéticas es dolorosamente evidente que este trueque solo funciona para los fabricantes, y es letal para los consumidores y sus comunidades.
En el 2022, la cifra de fallecidos por sobredosis en Estados Unidos se elevó a 110,000, achatando la histórica cifra de pocos años atrás. Hay otros efectos, pues es imposible divorciar esta crisis de las imágenes de carpas callejeras en ciudades desde Los Ángeles hasta Nueva York y de los videos virales de zombis modernos. También podemos anticipar un papel más agresivo a nivel gobierno, en especial hacia China y México, por su rol en estas complejas y elusivas cadenas de suministro.
Ya se ha reportado sobre el colapso del precio de la amapola mexicana. Por décadas, campesinos sembraron el insumo de la heroína en el estado de Guerrero para abastecer la demanda del país al norte, pero con la llegada del fentanilo han visto el mercado y sus ingresos desaparecer. Un ejemplo perverso de cómo la producción de las drogas modernas está cada vez más lejos del mundo natural.
La plastificación está en todas partes. El anticuado troncho de marihuana se reemplaza cada vez más por lapiceros electrónicos. El 35% de los plásticos en los mares viene de nuestra ropa (y el resto de todo lo demás que consumimos). Y resulta que ahora nuestra leche tiene muy poca leche. El fentanilo es la representación más letal de una lección que debimos aprender hace mucho, un mundo más sintético es uno más desconectado, contaminado y peligroso también.
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