Me viene ocurriendo, de un tiempo a esta parte, que estoy cuidando mucho lo que entra a mi cuerpo por cada uno de mis sentidos: lo que como, lo que veo, lo que huelo, lo que toco, lo que escucho. Todo, absolutamente todo, pasa antes por el filtro de la siguiente pregunta: ¿esto que voy a hacer me hará bien?, ¿me expanderá? Si la respuesta es positiva, le meto con todo; si la resolución es negativa: NEXT.
Soy de esos que pagan la membresía anual de gimnasio y nunca van. Pago DirecTV, Movistar TV, Claro TV, Cable Perú; tengo mi antena de señal digital terrestre, una de conejo por si las moscas. Y desde hace dos años que no enciendo ningún televisor en mi casa. Todos los meses me debitan de la tarjeta de crédito Netflix, Amazon Prime, Spotify, Disney+, Max, Paramount+, YouTube Premium, Apple TV, Star Plus, y ni siquiera tengo las claves para ingresar.
Según mi psicoanalista, es un claro síntoma de FOMO (fear of missing out). En castellano, ‘miedo a perderse de algo’. Esa absurda preocupación por la sola posibilidad de perderme algún evento, en este caso audiovisual.
Los beneficiados son mis hijos, mi esposa y mis cuñadas. ¿Me incomoda? No. Soy el Papá Noel del streaming familiar.
—Amor, ¿te molestaría si comparto la clave de Netflix con mis papás? Es que quiero que vean una serie que está rayando.
—¿Cuál, mi vida?
—Los hermanos Menéndez.
Y de pronto todos en la mesa (estábamos almorzando) ratificaban el éxito de la serie.
—¡Tienes que verla, papá!... ¡¡No entiendo cómo todavía no la has visto!! (Valentina, mi hija mayor).
—¡Qué! ¿Todavía no la ves?… Carlos, ¡es interesantísima!... (Mi cuñada, beneficiaria 1).
—Gracias a ti todos vemos la serie, y tú, ¿ni idea tienes de qué trata?… Ay, Carlos, te pasas… (mi cuñada 2, también usuaria ad honorem de mis claves).
—Huevón, no sabes lo que es… En mi casa estamos pegadazos con todos los capítulos. Es más, yo no sé qué va a ser de nosotros cuando terminemos de verla, porque hace tiempo que Ximena y yo no nos sentábamos a ver algo juntos… (amigo mío del colegio que está de paso por Lima y a quien invitamos a almorzar).
—¿Y de qué trata la serie?… —pregunté.
Y todos al unísono dijeron: “Nooooooo, ni hablar, te la vamos a spoilear (dícese del acto de revelar detalles de una obra de ficción, ya sea libro o película). Tienes que verla y nos cuentas qué te pareció”.
Con el bicho adentro, esperé ansiosamente que todos los comensales se fueran de mi casa para, por primera vez, conectarme a la plataforma de streaming y gozar de sus bondades. Mi esposa, muerta de risa porque yo no tengo ni idea de cómo hacerlo, me dice:
—Es el colmo que pagues tantas plataformas y no veas ninguna. Te pasas, amor.
Mi hija mayor se quedó en la casa porque quería ser testigo de tan magno evento, y no dejaba de mofarse…
—Papá, ¿en serio no sabes cómo conectarte? ¿O sea, que ni siquiera sabes tus claves?... Ja, ja, ja, voy a grabar esto para subirlo a mi Instagram.
En medio del bullying familiar, me senté frente al televisor, y ya desde un primer momento no me lograba enganchar.
—Espérate, papá, que en el tercer capítulo se pone interesante.
Hasta el momento lo que veía era a un par de niños ricachones infradotados intelectual y emocionalmente que, al parecer, estaban podridos de sus padres y tomaron la decisión de matarlos. Aún no se me movía ni un pelo. Es más, no le encontraba sentido alguno al continuar metiéndome en lío ajeno.
—Papá, no la apagues. Miremos el tercer capítulo juntos y, si no te gusta, ahí ya cambias.
—Amor, ya pues, deja ver la serie… No hables nada —me dijo mi esposa, y yo, en mi calidad de marido pisado, enmudecí.
Tercer capítulo encima. Comienzan a profundizar en los detalles del porqué del parricidio y se va develando con lujo de detalles que los chicos en mención habían sido abusados sexualmente por su padre una y otra vez, además de otras barbaridades físicas, etcétera, etcétera. Desde mi filtro, algo realmente desagradable y sobre todo innecesario para mi bienestar mental.
¿De qué me puede servir meter ese contenido escabroso en mi cerebro? ¿Por qué, habiendo tantas cosas infinitamente mejores en el universo, yo estoy eligiendo ver la escoria más pura de la miseria humana? ¿Qué de provechoso, constructivo, edificante, creativo, expansivo puedo encontrar en ese relato?
—Lo siento, no quiero seguir viendo… Si ustedes prefieren ver esto, conmigo no cuenten.
—Ay, papá, pero si es un caso de la vida real. Uno tiene que saber de todo.
—Carlos, estas cosas pasan es una docuserie; son cosas que pasan en el mundo.
—No, mi vida, en el mundo no solo pasan esas cosas. Y, digamos que estamos hablando de deshonrosas y desagradables excepciones; no porque sea un hecho de la vida real yo tengo que enterarme con tal nitdez de todos los detalles. Porque, si les gusta ver cosas de la vida real así de escabrosas, nos podemos meter a la deep web (web profunda), parte del Internet donde se publican violaciones a niños en vivo y en directo, violaciones a mujeres, también en vivo y en directo, asesinatos, y cuanta aberración humana puedas imaginar, y más allá. Y eso también está ocurriendo en el mundo.
Aquí la pregunta es: ¿por qué ustedes están eligiendo ver esto? ¿Desde dónde están conectando con la perversidad humana? Y, ojo, no es que yo no quiera ver “la realidad” o me dé miedo, o sea muy sensible. Simplemente, no quiero, no deseo infectar mi cerebro y mis emociones. ¿Me hace mejor persona saber cómo le meten por el ano un frasco de shampoo a un niño? ¿Me quedo con una sensación de armonía después de ver y escuchar que no solo el papá violaba a sus hijos, sino que también el hermano mayor violaba a su hermano menor? ¿Es eso necesario en mi psiquis? ¡Y encima estoy pagando!
Sean sinceras consigo mismas y díganme cómo se sienten al ver eso, registren qué está pasando en su cuerpo.
—A mí me dio un poco de dolor de estómago y me quedé ansiosa… (mi hija).
—Sí pues, muy agradable no es… Yo la verdad que comencé a pensar que no se puede confiar en nadie… (mi esposa).
—Entonces, ¿por qué tenemos que hacernos ese daño? Por qué si noto que después de consumir ese desecho me siento mal, ¿voy por mi siguiente dosis?
—Es que todo el mundo está hablando de eso, papá.
—Y dónde queda, entonces, la conclusión a la que hace rato ya hemos llegado: que no porque todo el mundo lo haga es necesariamente lo adecuado para mí.
—Yo no estoy en capacidad de censurar lo que vean mis seres queridos, los adultos, claro está. Sin embargo, lo que sí puedo hacer es cuestionar y decantar algunas ideas. Si ustedes quieren seguir viendo, esto está bien , yo no juego. Fin de la cháchara.
Dos días después mi WhatsApp reventando. Mis cuñadas, mi hija y ahora mis suegros preguntándome si ha pasado algo con mis cuentas de streaming. “No podemos entrar a Netflix, tampoco a Amazon Prime”.
“Discúlpenme por no avisarles, pero he decidido no pagar más plataformas. Nunca las usamos y cuando lo hice me dio diarrea del susto. Yo también los quiero”.
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