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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Déjà vu”
“El terrorismo trajo muerte y la hiperinflación vino con hambre (1980 -1990), los derrotamos, pero, en lugar de unirnos en la victoria, nos peleamos por medias verdades”.
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La Sunat se llamaba DGC y, en época de hiperinflación, no recaudaba. Si fiscalizaba, era más barato pagar otra vez el impuesto que sacar las fotocopias para probar que no se debía. En broma, para endulzar el miedo, se decía que lo que mejor funcionaba en el país era el MRTA, por la eficiencia al cobrar los cupos de secuestros. Cuando la tragedia aún no llegaba a Lima, sorprendía la mística de los militantes de Sendero. Alan García reclamó a la juventud aprista esa misma entrega, pensando en Edith Lagos, muerta en combate con la Policía en 1982, luego de liderar una fuga de prisioneros en Huamanga. Tenía 19 años, se le vistió de uniforme militar, el obispo de Ayacucho ofició la misa fúnebre, su ataúd fue cubierto con la bandera comunista y el cortejo fue multitudinario. En 1984 la televisión española hizo un reportaje sobre el penal de Canto Grande. Amontonaba presos por cuatro veces su capacidad máxima; estos recibían pocos alimentos, crudos y al borde de la putrefacción; el 80% sufría de tuberculosis y el 100% de desnutrición. En un país en miseria, la prisión era aún más miserable. El pabellón de los senderistas era otra cosa. El partido financiaba alimentos, vestidos y salud. Tenían talleres de adoctrinamiento y hacían desfiles militares, como los de la Revolución Cultural de Mao. La Policía no podía entrar, era territorio liberado. Pero la foto completa es horrible: miles de militares, policías y autoridades políticas asesinadas por defendernos; miles de terroristas torturados en las cárceles, asesinados o desaparecidos; miles de inocentes víctimas del terror o del fuego cruzado, o del error; y miles de millones de dólares en pérdidas. Explicaciones van desde la pobreza extrema y el fracaso de los gobiernos hasta el racismo de tanto tiempo, la locura violenta, la soberbia ideológica y la estupidez política. Como quien nos ve desde lejos y nos entiende mejor, el reportaje concluía en que fuimos radicales por desesperación, porque, cuando no existe futuro, se le inventa.
Pues mire lo que tenemos acumulado: el terrorismo trajo muerte y la hiperinflación vino con hambre (1980 -1990), los derrotamos, pero, en lugar de unirnos en la victoria, nos peleamos por medias verdades (1990 – 2000); la promesa democrática (2001) se incumplió groseramente por olvidar a los olvidados y porque la bonanza económica ni chorreó ni redujo desigualdades (2000 – 2016); cuando se le necesitaba, la política fracasó por corrupción (2016 – 2024); y la pandemia mató más que todas las guerras juntas (2020). Apostamos a la inversión privada para crecer, pero hace una eternidad que nuestra educación es pésima, sin mejorar productividad los empleos seguirán siendo de baja calidad, con salarios mínimos y con más informalidad; así no saldremos de pobres. De ánimo somos de los países que menos confían en los demás, que más desaprueban a las autoridades, que menos esperan de la democracia, que sienten que la economía se pondrá peor y que el crimen nos sobrepasa (Barómetro de las Américas, 2023). Si lo que abundan son frustraciones, podemos reaccionar con ira para destrozarnos otra vez o nos esforzamos en superarlas. El lenguaje es un buen ejemplo, porque, ante la barrera de la comunicación, se van adoptando gestos, sonidos y signos a los que, en conjunto, se atribuye un significado, hasta que aparece un idioma como Dios manda. Para que funcione se requiere esa voluntad de entendernos. Tenemos el orgullo de ser una nación de todas las sangres, pero es un problema que no nos hayamos encontrado y seguimos sin entendernos todavía. En la cosmovisión circular, la del mito del eterno retorno (Eliade), después del desastre se regresa a esa etapa primaria de la infancia, en la que todo se puede volver a construir. Pero en la historia no hay borrón y cuenta nueva. Somos una sociedad milenaria y en nuestro pasado reciente nos matamos, precisamente, por no querer entendernos. Camino a las elecciones de 2026, con la ilusión de la primera infancia, pero con la sabiduría de las lecciones aprendidas, tenemos otra oportunidad de construir un futuro mejor antes que la desesperación nos invente otro peor. Seremos benditos o malditos, según se aproveche esta nueva oportunidad.
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