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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Consultorio sentimental”
“Estamos obligados a construir una idea de país para todos, en camino a un futuro mejor, pero primero debe haber reconciliación”.
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La historia sucedió en Sudáfrica en 1995. La escribió John Carlin en El factor humano (2008) y Clint Eastwood la llevó al cine en Invictus (2009), con Morgan Freeman como Nelson Mandela y Matt Damon como Francois Plenaar, el capitán de la selección de Sudáfrica en el mundial de rugby. No hacía mucho que Mandela había salido de la cárcel, ganado las elecciones y desmontado las políticas racistas. Sin embargo, blancos y negros se seguían odiando. Para ese entonces, el rugby era un deporte exclusivo de blancos; los negros no lo practicaban, ni lo entendían, ni interesaba que los blancos ganasen el campeonato. Mandela comprendió que tenía que conseguir la unión en forma espontánea y emocional, escribiría The New York Times, a propósito del libro y de la película. Mandela, con paciencia, fue promoviendo el rugby entre la población negra y despertando entusiasmo. Luego, con sabiduría, los convenció de que no eran los blancos los que jugaban, sino Sudáfrica, su país, su bandera, con la misma camiseta que los negros usaban en otros deportes. Los blancos, por su parte, vieron que su selección era de todos, que blancos y negros iban a los estadios para alentar. La diferencia entre razas se fue diluyendo, fue amaneciendo la identidad de pertenecer a un mismo país. Sudáfrica campeonó, eso ayudó, ya no sería un país de blancos y negros, sino un país de ciudadanos sudafricanos.
Mandela tenía un enorme capital político. Un poco por los años de cárcel que sufrió, pero solo era eficaz con la población negra e, incluso, limitada a su partido. El verdadero capital lo forma en libertad, porque, en lugar de venganza, busca a los líderes blancos para construir gobierno, designando a funcionarios por méritos y no por raza. Aun así, ese capital no era suficiente para forzar la integración. Muy probablemente el odio entre razas habría tardado en desaparecer. El arte de Mandela fue conectar con el sentimiento de las gentes. No apeló a razones ni a ventajas económicas, sino que supo construir una idea de patria para todos y la ofreció envuelta en ese papel de regalo que fue el mundial de rugby. Blancos y negros compraron la ilusión de un país, más allá de la razón, irracionalmente, primero en el corazón y luego se pusieron a construirlo. Ahora tienen otros problemas (desigualdad, pobreza, como nosotros también), pero esa es otra historia.
De vuelta al Perú, me pregunto si estamos enfrentando la batalla principal. Creemos que es el capítulo económico de la Constitución y llevamos años defendiendo sus bondades con cifras y cuadros que no convencen a todos. Creemos que es la corrupción y llevamos años sin condenar a tanto reo y, para peor, sin ninguna política pública que controle eficazmente el gasto. Creemos que es la estructura política del Estado, pero llevamos años ensayando reformas sin mucho éxito, según los vientos de quien controla el poder. Creemos que es por falta de participación política, pero llevamos años con leyes electorales que no permiten mejorar la oferta de candidatos. ¿No será acaso que esas no son las batallas principales? ¿No será acaso que el problema de fondo es que los duelos del país siguen sin alivio? Son los del terrorismo, la pandemia y las protestas sociales, incluida la reciente revuelta en el sur. Hay miles de peruanos muertos, dolor, frustración y rabia. Esos son sentimientos que afectan muy profundamente y no se curan con razones, ni mandamientos, ni prosperidades económicas, sino con empatía, reconocimientos y justicia. Esa batalla no está siquiera planteada y ya está encima. Como viene la historia, sobran razones, mandamientos y cifras. Lo que falta son sentimientos. Estamos obligados a construir una idea de país para todos, en camino a un futuro mejor, pero primero debe haber reconciliación. El problema es que no tenemos a un Mandela ni vamos a ganar campeonato mundial. A falta de tanto, será la sociedad, como personaje, la que deberá asumir el reto. Recuerde: sociedad somos cada uno de nosotros, todos juntos, pero, esta vez, con el corazón en la mano.
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