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[Opinión] César Luna Victoria: “El infierno, a mitad del camino”

Hubo una carretera que no se podía terminar porque faltaba desalojar un terreno. El arancel oficial presupuestado era, digamos, como 100. El propietario quería, digamos, como 120, que se parecía más a su valor de mercado. El alcalde inició los trámites que le aconsejaron, pero la cosa demoraba, hasta que decidió pagar los 120. Todos felices: el propietario que desalojó pronto el terreno, los trabajadores que no sufrieron una obra paralizada, el contratista que terminó la carretera a tiempo, el alcalde que la inauguró con bombos y platillos y, sobre todo, la población que la empezó a utilizar, ahorrando tiempo y combustible. El alcalde no se quedó con ningún centavo, pero terminó en prisión.

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Hubo una carretera que no se podía terminar porque faltaba desalojar un terreno. El arancel oficial presupuestado era, digamos, como 100. El propietario quería, digamos, como 120, que se parecía más a su valor de mercado. El alcalde inició los trámites que le aconsejaron, pero la cosa demoraba, hasta que decidió pagar los 120. Todos felices: el propietario que desalojó pronto el terreno, los trabajadores que no sufrieron una obra paralizada, el contratista que terminó la carretera a tiempo, el alcalde que la inauguró con bombos y platillos y, sobre todo, la población que la empezó a utilizar, ahorrando tiempo y combustible. El alcalde no se quedó con ningún centavo, pero terminó en prisión.
Las redes dieron cuenta de lo que parecía un secuestro. Se ve a Luis Orozco vistiendo polo de la selección, arrebatando a un niño de su madre en el corazón de Miraflores, huyendo en una camioneta. Usó el polo adrede, porque le parecía un acto heroico lo que hizo. En otro video, ya en Estados Unidos, donde vive con su hijo, explicaría, usando el mismo polo, que él tenía la custodia legal, que había traído al niño al Perú para que visitara a su madre, pero que esta no lo quería devolver. “…Hablé con policías y con abogados. Me dijeron que aquí las leyes son muy lentas y tardaría meses (…) así que me recomendaron que actuara por mis propias manos, porque aquí nadie me ayudaría”.
Las dos historias son reales. Pero si no lo fuesen, igual las creería, porque hay miles más, muy parecidas, que vivimos cotidianamente. La razón detrás de cada historia es que el Derecho oficial no sirve y que, para que funcione, hay que hacer cosas irregulares.
El alcalde para pagar los 20 que no tenía presupuestado, harto de esperar la autorización, agarró el dinero de otra cuenta. Eso es malversación de fondos y es un delito. Orozco ofrece regresar al Perú a rendir cuentas de lo que parece otro delito, aunque ya adelantó que no existe secuestro entre padres e hijos. Pero eso que pasa en nuestra vida social pasa también en nuestra vida política. Hartos de tantas broncas entre el Ejecutivo y el Legislativo y que no sirvan para nada, vamos dibujando salidas que, en esencia, no son regulares. Barajamos la vacancia de uno, el cierre del otro o, tanto mejor, que se vayan todos.
El problema no es esa locura en la que las normas o las cosas van por un lado y los intereses de las gentes van por otro. El gran problema es que ese modo de vivir disociados nos contamine y, al final, nosotros seamos los locos esquizofrénicos. Lo explico así: está hace 10 minutos frente a un semáforo en rojo. A estas alturas sabe que está malogrado. ¿Qué hace? Un japonés o un europeo quizá esperen a la luz verde. Ya, me dirá, pero es que en Japón o en Europa los semáforos funcionan. Y tiene razón. Entonces, ¿cruza o espera? Quizá lo mejor sea esperar, como mejor es no arrojar basura, dar paso al peatón, no estacionar en lugares reservados para discapacitados, hacer cola, llegar a tiempo, no discriminar. Visto así, la solución no está en que se vayan todos, sino que cambiemos todos. Que lo hagamos desde nuestra vida diaria. Y, claro, que los semáforos funcionen. Y que el país también.