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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Rápidos, solapas y destructores”
“Si alguna vez creímos que la economía podía caminar separada de la política, ahora vemos que no. El Congreso está dinamitando la última línea de defensa de la disciplina fiscal”.
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En mi época, a las canicas les decíamos bolitas. No han cambiado mucho. Siguen siendo de vidrio, con una franja de color fuerte dentro. Las había también de blanco, con algunas venas ligeras en color pastel. Eran las lecheras, porque creíamos que traerían suerte para ganar. Se han encontrado bolitas de pepas limadas en una tumba de un niño egipcio, de hace 5,000 años. Así que el juego con bolitas es más antiguo que las pirámides. El ganador se lleva todas las que estén en juego. En el colegio, después del fulbito de recreo, media clase contra la otra, el de las bolitas pasó a ser el segundo deporte oficial. Tenía su ciencia, desarrollaba un instinto por conocer las habilidades de los adversarios, según se jugase sobre la tierra irregular de los jardines, sobre el cemento pulido del patio, o sobre las baldosas rugosas de las veredas. También dependía de la distancia de la meta, una circunferencia donde había que meter las bolitas o un rombo donde se colocaban las bolitas rehenes que había que liberar. Aprendimos a medir la probabilidad de ganar según la destreza de los contrincantes y a mejorar nuestras propias competencias. Para quienes no tenían esa paciencia, se adaptó la vía rápida del yan ken po. El que ganase haciendo papel, piedra o tijera se llevaba una bolita por vez. En mi casa tenía una bolsa llena de ellas, fortuna regalada por algún tío mal criador. Pero mis padres me dejaban llevar al colegio solo diez. Era el capital que podía arriesgar cada día para ganar más bolitas de las que perdía. Esa fue mi primera lección de economía: los ingresos tienen que ser mayores que los gastos.
Es una regla que aplica a las familias y a los Estados. Para no olvidarnos, la elevamos a rango constitucional (artículos 78 y 79), dividida en tres mandamientos: el presupuesto tiene que estar perfectamente equilibrado; el gasto corriente no se puede financiar con deuda; y los congresistas no tienen iniciativa de gasto. Esta disciplina fiscal se ha respetado a lo largo del siglo y ha sido un éxito. En cambio, los gobiernos populistas de Argentina no la respetaron y tuvieron una inflación anual de 120% mientras que nosotros la tenemos en 3%; el dólar oficial estaba subsidiado y su valor era, antes del ajuste de Milei, un tercio del de mercado; por eso escaseaba, mientras aquí flota según el mercado y abunda en la calle; y sus reservas internacionales son un tercio de las nuestras, a pesar de ser una economía casi tres veces más grande. La disciplina fiscal no es fácil. A los políticos les seduce el gasto corriente porque genera la sensación inmediata de bienestar y se consiguen los votos para ganar elecciones. Es socialmente mejor la inversión pública, aunque los beneficios tarden en llegar mientras los proyectos se hacen realidad, pero para eso se requiere partidos con fortaleza y lucidez política.
Nosotros no hemos tenido partidos de esa calidad, pero transigimos; el ministro de Economía aceptaba algunas iniciativas de los congresistas a cambio de la aprobación del presupuesto. Una sacada de vuelta clarísima a la Constitución, pero tenía el límite de unos 500 millones de soles anuales y se podía vivir con eso. Hasta ahora, que el Congreso no tiene quien lo pare. En abril y en octubre aprobó ampliaciones presupuestales, pero aprovechó para ampliar sus proyectos regionales en 1,300 millones de soles, dos veces y media más de la cuota máxima convenida. Peor aún, en el presupuesto para 2024 el Congreso ha reducido la reserva para emergencias por El Niño en 1,000 millones de soles, para incrementar gasto corriente, de los que 250 millones van para el mismo Congreso. En una economía que todavía no levanta, el gasto público se incrementa en 12.5%. Tendremos menos ingresos y más gastos. Si alguna vez creímos que la economía podía caminar separada de la política, ahora vemos que no. El Congreso está dinamitando la última línea de defensa de la disciplina fiscal. Si la perdemos, imitaremos a Argentina en lo peor que han tenido: gobiernos populistas que destrozaron la economía.
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