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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Te quiero y sin embargo…”

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“Dejó la escoba, se lavó las manos, siguió cantando, pero muy bajito, no se peinó ni lavó los pisos, se quemó el pastel, se cambió el vestido (…) entre las cortinas se perdió bailando, intentó una mueca, terminó llorando, tuvo mucho miedo, pero fue muy lindo: a las seis en punto, María tuvo un niño” (Facundo Cabral). De la maternidad se ocupan los científicos y los teólogos, que explican los tecnicismos de la fecundidad y la maravilla del nacimiento.
Para nosotros, es más simple, a la mami se le quiere como a nadie, eternamente, por darnos la vida y por enseñarnos a andar por el mundo a salvo. Por eso la madre es superlativa: madre patria, madre de todas las virtudes, madre de todas las batallas, santa madre iglesia y tanto más. Hasta las religiones, finalmente patriarcales, no pueden dejar de tener una diosa madre, subordinada en la jerarquía divina, pero con influencia en las alturas. María Inmaculada hace esas veces en la religión católica. Por eso le construimos basílicas y rezamos rosarios.
Dejando esas ternuras sublimes, a la madre no se le trata tan bien que digamos en otros lados. Durante el siglo XX, las madres entraron de lleno al trabajo. Los electrodomésticos les ahorraron tiempo en casa y por las guerras, con tanto hombre muerto, tuvieron que hacerse cargo directo de campos e industrias. Aparecieron nuevas miradas para buscar libertades y realizaciones personales. Como resultado, el modelo de la familia se transformó, tenemos a una madre trabajando en el mercado, con la sobrecarga de embarazos y cuidados de hijos. En este nuevo mundo, la mujer, cuando puede por educación o por recursos, retrasa fecundidades hasta pasados los 35 años para asegurar posiciones y no perder competitividad. Pero asume riesgos para ella y para el bebé, porque las maternidades tardías siguen siendo complicadas, pese al avance médico. En otro extremo, la niña pobre y con escasa educación sigue expuesta a violaciones sexuales, a hijos no deseados, empujada a ser adulta antes de tiempo, con el dolor de la agresión y la amargura de la inocencia perdida.
Para aliviar hace falta políticas públicas. Para unas, subsidios laborales que compensen la pérdida de competitividad por salir del mercado para tener hijos y valorar más la riqueza que la maternidad puede aportar al trabajo productivo. Pero eso solo se consigue en el empleo formal, mayor razón para combatir la informalidad. Para otras, seguridad ciudadana y represión a feminicidios y acoso sexual, como parte de las prácticas para reducir desigualdades y pobreza. No obstante, allí no acaba la cosa. La gente, como capital humano, es parte de la ecuación económica, ya que, a más gente y mejor preparada, tanto mejor. Pero estamos superpoblados y eso cambia el clima, lo sufrimos como un apocalipsis que viene atropellando. Felizmente, las especies se autorregulan instintivamente, la tasa de fecundidad está bajando y, poco a poco, seremos menos. Cuando eso ocurra, tendremos problemas nuevos. La economía, que durante miles de años fue adicta al crecimiento, tendrá por primera vez menos consumidores, con recesión probable a la vista. También habrá más viejos y menos jóvenes, o sea, más gasto público en pensiones y en salud y menos contribuyentes.
En ese futuro inmediato, que una pareja tenga más o menos hijos será parte de la estrategia política de un país, como en China. Alternativamente, la inmigración podrá compensar déficits y se le mirará de otra manera, como en Australia. Para que la maternidad no sea un peón en este ajedrez imaginario, hay que construir propuestas que recuperen respeto y dignidad a la función de ser madre, que compensen sobrecargas, que nivelen desigualdades, todo eso, digo, porque gratitud y cariño decimos que les tenemos, ¿verdad? Este es el regalo pendiente a las madres, ahora que el calendario recuerda que hay un día para celebrarlas. Pero, como nos enseñaron, siempre queda un beso y un abrazo para las que están; y para las que no están también, porque las seguimos sintiendo cerca. Ese es el milagro del corazón. Gracias, mami.
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