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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Tragedias ajenas, lecciones propias”
“Nuestro futuro no pasa por ganar a Chile en arándanos, uvas o cobre, sino en replicar esa cultura política. Sin ella no podremos construir los acuerdos nacionales que hacen falta”.
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Dos noticias desde Chile, los incendios de bosques en Valparaíso y la muerte temprana del presidente Piñera. Parecen tragedias aisladas, pero son manifestaciones de procesos de larga duración que también nos afectan. Se sospecha que los incendios fueron provocados para destruir bosques nativos para convertirlos en cultivos uniformes o en zona urbana. Chile es país de incendios frecuentes. Sin embargo, los de ahora parecen tener una organización criminal detrás. El contexto para explicar el problema es la política de uso de suelos. El bosque nativo, cuando no es una reserva natural, tiene la función de amortiguar efectos negativos contra esas reservas. Sustituirlo requiere evaluar primero si se afecta esa función de defensa. Luego, si el suelo se va a destinar a bosques uniformes, se deben prever zonas vacías como cortafuegos de incendios; si se va a destinar a la agricultura, se debe evaluar si el suelo tiene suficientes nutrientes para soportar el consumo intensivo de los cultivos; y si se va a destinar a zona urbana, se debe prever la construcción de la infraestructura. Esa era una planificación de la que Chile podía sentirse orgulloso, hasta ahora. Estos incendios, más que destruir los bosques, han sustituido esa política por informalidad. Hay una nueva situación social que la explica. Los campamentos en Chile (sus barriadas) vienen creciendo una barbaridad, a un ritmo de 37% por año, alentados por una mayor migración desde toda la región (Iván Poduje, “Chile Tomado”). Antes, ese crecimiento presionaba invasiones, pero ha evolucionado para convertirse en el negocio de la tierra robada de los especuladores de terrenos. El migrante ya no es el actor de la invasión, sino el cliente de una empresa criminal. Todo esto preocupa a Chile, donde la ocupación ilegal e informal no supera el 25%. En cambio, aquí en Perú, ese drama supera el 90% y no es parte prioritaria de nuestra agenda. Vamos camino a que nuestra Amazonía sea una pampa desierta: el área desforestada es mayor a la de Haití; en Ucayali y Loreto el área duplica a la de Tokio (Álvaro Espinoza, Ricardo Fort). No solo eso. Una reciente ley formaliza la ocupación ilegal de bosques, amnistía los delitos de robo de tierras y deja sin defensa las reivindicaciones de comunidades nativas. No hay cifras oficiales, pero la economía criminal ya estaría bordeando el 8% del PBI, en la que la especulación de terrenos supera al narcotráfico; agregue la informalidad pura y simple que emplea al 80% de la población y ya tiene el cuadro bizarro de nuestra economía real.
En los funerales del presidente Piñera, los gestos de sus adversarios políticos han sido una clase magistral de lo que debe ser una república. Destaco los de la ministra Camila Vallejo y los del presidente Gabriel Boric. Durante el estallido social de 2019 lideraron las protestas, responsabilizaron a Piñera de los muertos (34) y heridos (3,400), amenazaron con denunciarlo penalmente y acumularon simpatías que los llevaron al gobierno. Ahora, en el poder, pudieron limitarse al protocolo; en cambio, públicamente se rectificaron de esas imputaciones al calor de las batallas políticas, reconocieron el enorme valor democrático de Piñera y le rindieron honores. La ministra Vallejo pudo excusarse para seguir atendiendo la emergencia de los incendios, pero, sabiendo que la iban a abuchear, prefirió participar en la guardia de honor que custodiaba el ataúd. El presidente Boric, sin estar obligado, personalmente recibió el ataúd a su arribo a Santiago, acompañó a la familia y dio un mensaje a la nación en el que lo reconoció como un demócrata desde la primera hora y un concertador de acuerdos nacionales. Mire usted esa honestidad política para reconocer el mérito del adversario y los excesos y errores propios, aun a costa de perder los votos de la extrema izquierda. Nuestro futuro no pasa por ganar a Chile en arándanos, uvas o cobre, sino en replicar esa cultura política. Sin ella no podremos construir los acuerdos nacionales que hacen falta.
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